lunes, 18 de marzo de 2019

PERFILES HUMANOS EN 'LOLA OPORTO'



            Durante la presentación de Lola Oporto (Málaga, Ediciones del Genal, 2018), de José Antonio Sau, alguien preguntó al autor que cómo se le había ocurrido ambientar la novela en Málaga, con la idea implícita de que nuestra ciudad no reúne la épica necesaria que se le supone a otras ciudades iconos del género negro, como Nueva York, Los Ángeles, Madrid o Barcelona. Y lo primero que cabe objetar a esa inquietud del preguntante es que, por desgracia, Málaga y provincia ocupan últimamente demasiado espacio en la crónica de sucesos nacionales. Pero sobre todo subyace la idea de la poca valoración de los malagueños hacia su ciudad, una urbe en la que en un radio de cien metros cabe ubicar cinco culturas: la fenicia (depósitos de garum en la calle Alcazabilla), la romana (Teatro Romano en la misma calle), la musulmana (Alcazaba), la judía (entorno del Museo Picasso) y la cristiana (catedral en calle Císter). Podríamos incluso añadir una sexta: la bizantina, pues en tiempos de Justinano, Málaga fue la capital de la provincia Bética.

           De verdad que muchas veces uno se pregunta qué imagen tienen los malagueños de Málaga y desde luego que las autoridades municipales hacen muy poco por recuperar el patrimonio histórico de la ciudad, pues, por ejemplo, en la archidegradada plaza de Mitjana  se situó en su día y durante muchas décadas la academia de don Narciso Díaz-Escovar. El ayuntamiento ha abandonado el centro histórico de Málaga a su suerte y así nos va.

            El sol, con ser el gran aliado de la ciudad, es también su mayor enemigo, pues, como los árboles situados delante del bosque, nos impide profundizar en el enorme calado cultural de la Ciudad del Paraíso. ¿Cuántos malagueños conocen las figuras de José Moreno Villa o Ángeles Rubio-Argüelles? En cuanto a esta última remito al documentado trabajo de Rosa Mª Palomo Tobío Ángeles Rubio-Argüelles: perfil humano y artístico. Baste tan sólo decir que figuras tan conocidas como Sender, Fiorella Faltoyano, María Barranco, Tito Valverde o el mismísimo Antonio Banderas echaron los dientes en la escena gracias al mecenazgo de Ángeles Rubio-Argüelles y su Teatro ARA.


         Perdida entre grandes convulsiones (Navidad, Semana Santa y Feria, principalmente) llegó tarde a la explosión turística, pero cuando por fin le alcanzó la onda expansiva, las maletas con ruedines sustituyeron a los cantes de verdiales. Necesitaríamos un estudio sociológico en condiciones para comprender cómo una ciudad de barrio se ha convertido en esta saturnalia que devora a sus habitantes. Sin embargo, créanme ustedes, en Málaga hay mimbres más que de sobra para hacer muy buenos cestos.

            La ciudad, pues, como uno de los principales protagonistas de Lola Oporto, pero vamos a los de carne y hueso, porque cuando en la culta y refinada Argentina de la primera mitad del siglo XX la intelectualidad porteña se inclinaba por lo francés, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares apostaron decididamente por lo británico y reivindicaron nombres como H. G. Wells, Chesterton, Agatha Christie o Thomas de Quincey. Por ello, Borges y Bioy alumbraron una colección de novelas policiales a la que denominaron El Séptimo Círculo, en recuerdo del círculo de los violentos en la Divina Comedia, de Dante.

            Aquello sirvió para dignificar el género, pero como recuerda Bioy: "En El Séptimo Círculo publicamos excelentes novelas acaso condenadas al olvido por pertenecer al género policial. Un género de mucha venta, pero no siempre bien mirado por la gente seria"[1]

           Aunque ambos literatos argentinos declararon su preferencia por la escuela británica de novela negra sobre la americana (entiéndase USA), pues consideraban a la primera más sutil, más intelectual, donde resolver un caso es un desafío a la inteligencia, mientras que al otro lado del Atlántico se prefiere la sangre, el alcohol, las drogas y el sexo. En tal sentido, Borges y Bioy apostaban por una novela negra que desarrolle perfiles conceptuales, homicidios algebraicos.

            Sin embargo, nadie puede negar que la escuela americana (entiéndase USA) delinea perfiles humanos.

            En cierta ocasión leí (lamento no precisar más la cita) que los buenos en las novelas de Chandler o Hammett son malos que se han aburrido de serlo. Hay un alto componente existencial en esa narrativa que los autores argentinos arriba mencionados no supieron o no quisieron ver, lo que llama especialmente la atención en un caso como el de Borges, que fue un pesimista irredento (Bioy era mucho más optimista y lo fue hasta el último momento de su vida, que le llegó en la total penuria): ya se ve que el amor conceptual de Jorge Luis era superior a su pena vital.

            Pues bien, ése es exactamente el contexto en que se mueve la novela que ahora nos ocupa, cuyos personajes principales se mueven en dos coordenadas psicológicas de manual: Lola Oporto es la obsesiva compulsiva, Emilio Lupiáñez, el maníaco depresivo. Llama también la atención el periodista Gerardo, un pelín hijo de puta, aquí entre nosotros, cuya figura se va redimiendo según progresa la narración, pero con una tarjeta de presentación manifiestamente mejorable.

            Veamos algunas citas, por orden de aparición:

Es otro capullo más [afirma Gerardo de Emilio], reventado pro una vida que presagiaba un fracaso desde el principio (p. 127).

Luego [Lola] pensó en el fracaso y se preguntó si era posible levantarse una y otra vez tras ser noqueado (p. 140).

[referido a Emilio] fue tomando cuerpo en su mente una deforme idea remota sobre la culpa (p. 209).

[referido a Lola] las rumiaciones venían acompañadas de una tremenda tristeza que casi le quitaba las ganas de vivir (p. 222).

Siendo así que rumiar es lo primero que nos quitan los psicólogos cuando acudimos a una terapia. Según los discípulos de Sigmund, el pensamiento debe servir para llegar a conclusiones y no para estar batiendo siempre las mismas penas. Digamos que rumiar es a la autoestima lo que fumar para los pulmones.

Y la culpa. Culpa, culpa. Un enorme sentimiento de culpa transpira en las páginas de esta novela, cuando la culpa es una de las principales zonas erróneas, según el conocido texto de Dyer. La culpa judeocristiana con la que venimos al mundo y la culpa que vamos acumulando en cada uno de nuestros actos.

Pues bien, eso es lo que interesa a Sau en Lola Oporto, donde las verdaderas investigaciones son las que tienen lugar en la mente de los protagonistas. Asistimos así al descenso al infierno mental del asesino y al análisis de su posición en el mundo de la detective, con trauma paterno incluido para mayor regocijo de los devotos de la escuela conductista de psicología.

            Por supuesto que hay un sustrato policial debajo de todo esto. ¿Alguien conoce alguna novela policial sin que haya alguna investigación de uno u otro tipo? Pero no permitamos que, como los árboles contra el bosque o el sol contra Málaga, lo policial nos impida ver el verdadero alcance de este libro que aspira a sumergirse en lo más ponzoñoso del alma humana: el desprecio por uno mismo y el sentimiento autodestructivo.

            ¿Que quién es el asesino? No querrán ustedes que haga un spoiler, ¿verdad? Pero les voy a dar una pista: tan sólo tienen que ir a la primera línea de la novela para saberlo. Ya les adelanté que lo importante en esta obra es trazar el perfil humano de los protagonistas: dos seres que se buscan mutuamente: el maníaco depresivo y el obsesivo compulsivo. Crónica de un asesinato anunciado.

Fco. Javier Rodríguez Barranco


     [1] A. Bioy Casares, Memorias. Infancia, adolescencia, y cómo se hace un escritor, Barcelona, Tusquets, 1999, p. 107.

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