Que
sí, que ya lo sé, que la historia de Dante y Beatrice es sublime, pero, ¿qué
quieren que les diga? Este menda lerenda prefiere la de Paolo y Francesca. No
sé, me parece más creíble. Se narra en el Canto V del Infierno de la Divina Comedia, así como en el segundo verso del Canto VI, y
recordamos todos de qué va, ¿verdad? Bueno, en esencia, Francesca de Rímini se casó
con Gianciotto Malatesta, un personaje contrahecho físicamente, pero se enamoró
del bello Paolo, hermano de Gianciotto, con quien mantuvo un apasionado romance
hasta que Gianciotto los asesinó. Eros y Tánatos, una vez más, que han sido
plasmado en infinitud de ocasiones tras la colosal creación del poeta
florentino y muy significativamente en La
barca de Dante, de Delacroix, y El
beso, de Rodin.
La
poesía española también se hizo eco de ese episodio en Rubén Darío y Gustavo
Adolfo Bécquer, por citar sólo dos ejemplos. Y si procedemos en orden
cronológico inverso, es decir, empezando por Darío, ya en Azul se
menciona a Paolo y Francesca:
El Invierno es galeoto,
porque
en las noches frías
Páolo
besa a Francesca
en
la boca encendida,
mientras
su sangre como fuego corre
y
el corazón ardiente palpita.
Donde
el adjetivo "galeoto" se refiere al libro que leía Francesca cuando
fue besada por Paolo:
Leíamos un día por recreo
del
gentil Lanzarote la aventura,
solos,
mas sin afán de devaneo.
Varias veces quedó, con la lectura,
blanco
el rostro y prendida la mirada;
mas
fue un punto el que indujo la locura.
al leer que la risa de la amada
se
quebró con el beso del amante,
éste,
que nunca se me aparta en nada,
la boca me besó todo temblante.
Galeoto
fue el libro y quien lo escribiera:
ya
la lectura no siguió adelante.
(Infierno,
V, vv. 127-138)
Por lo que nos hallamos ante una ficción con
diversos planos, pues Galeoto actúo de tercero en los amores de Lanzarote con
la reina Ginebra; en el caso del episodio de Dante, no es el personaje, sino el
libro el que cumple idéntica función; mientras que en el poema del
nicaragüense, es el invierno quien facilita el encuentro de los amantes.
Una
ficción en diversos planos que ha de trasladarnos a las pre-rubendarianas Rimas,
de Bécquer, y en concreto la XXIX, que cita en italiano el verso 136 del Canto
V del Infierno, de Dante: La boca mi bació tutto tremante[1]
.
Comienza luego así el poema de Bécquer:
Sobre la falda tenía
el
libro abierto;
en
mi mejilla tocaban
sus
rizos negros;
no
veíamos las letras
ninguno,
creo;
mas
guardábamos entrambos
hondo
silencio.[2]
Lo
que demuestra el eco de Dante en el depurado romanticismo del poeta sevillano,
pero quizá nos interese más la proyección de la literatura en la vida, según ha
reflexionado Andrés Soria: «Bécquer repite la escena. Muy juntos, el poeta y
una mujer de rizos negros leen el episodio de Paolo y Francesca y vuelve a ser
Galeoto el mismo libro que contiene el episodio de Galeoto... Estamos en
presencia de la serie infinita, la multiplicación sin fin de la literatura: un
espejo de espejos que fascinaría a Jorge Luis Borges, tan amante de todo juego
literario, de toda dimensión de más sobre la letra de los libros y que puede
reducirse a un objeto eternamente transmitido -el libro- con un resultado
también eternamente provocado -el beso- al tiempo que los amantes cambian:
primero, Paolo y Francesca, y ahora el poeta y esta mujer, postulándose ya otro
futuro par de enamorados que leyesen juntos la rima becqueriana»[3].
El libro se convierte así en el plano especular sobre el que se besan
eternamente los amantes de infinitas generaciones:
Sólo sé que nos volvimos
los
dos a un tiempo,
y
nuestros ojos se hallaron,
y
sonó el beso.[4]
Por
ello, Soria continúa así su argumentación: «En esta Rima, Bécquer asume la
doble personalidad que le depara el texto previo de la literatura, encarnando a
un personaje literario (Paolo), cuyo papel asume, y a un poeta»[5].
Porque Bécquer recoge el testigo de los amores de Francesca y Paolo y lo
transmite a quienes le lean en el futuro: «La letra de los libros -éste es el
corolario que se desprende de la poesía becqueriana, como antes de la dantesca-
puede engendrar pasiones vivas entre seres de carne y hueso, con una
virtualidad que se renueva a través de las edades.»[6].
En
todo caso, los enfoques tanto de Rubén Darío como de Bécquer se mueven el plano
de un amor vaporoso, evanescente, que es lo que nos muestra La venganza de una mujer (2012), de Rita
Azevedo Gomes, que ha tardado cuatro años en llegar a las pantallas españolas,
puesto que en esta película se plantea el amor absolutamente contemplativo de la
duquesa de Arcos de Sierra Leona con Esteban, primo de su esposo, que es uno de
los primeros en el escalafón de grandes de España.
“Todo
podíamos y nada queríamos”, cuenta la duquesa a Roberto, un hombre de mundo al
que lleva a sus aposentos, y en la película vemos cómo el simple hecho de hilar
es uno de los momentos de mayor intensidad emotiva, lo que a mí, insisto, me
recuerda el momento de la lectura conjunta entre Francesca y Paolo que poetiza
Dante.
También
como en la obra del genial florentino, el marido mata al amante, pero permite
que viva la mujer, lo que es novedoso con respecto a la Divina Comedia. La acción se sitúa en Lisboa en el último cuarto
del siglo XIX y es indudable que Barbey d’Aureville (1808-1889), autor del
cuento en que se basa libremente el largometraje de Azevedo, quiso darle otro
enfoque y apelar a la idea de la libertad de elección de la mujer.
En cuanto a escenografía, hemos de
recurrir a este término de las tablas, por la enorme textura teatral de La venganza de una mujer, algo a lo que
más o menos estamos acostumbrados por todas las adaptaciones cinematográficas
que se han realizado de los grandes clásicos de la dramaturgia, así como de
autores más contemporáneos, entre los que quizá destaque Arthur Miller. Es
imposible realizar una enumeración exhaustiva de todas las veces que el cine ha
buscado inspiración en el teatro, pero es que en la película que ahora nos
ocupa Rita Azevedo ha montado todo un escenario teatral para narrar su
historia.
Es decir, no es que el cine se inspire en el
teatro, es que el teatro se apoya en el cine, puesto que lo que vemos en la
pantalla es una auténtica representación escénica: el theater, término de la variante americana del inglés que significa
‘sala de cine’ se hace live theater,
término de la variante americana del inglés que significa ‘teatro’, donde en un
momento dado se ve a la protagonista, Rita
Durão, repasando el
libreto, o aparece un señor vestido a la actual leyendo fragmentos a modo de
acotaciones para mayor verosimilitud teatral.
Y todo ello dentro de una puesta en escena
preciosista, con gran cuidado del vestuario de época, y el apoyo musical de
grandes piezas de lo mejorcito de la música clásica. Todo un goce, pues, para
la sensibilidad estética y los sentidos.
Eso es, al menos, lo que me ha sugerido La
venganza de una mujer: ya se ve que antes del siglo XX los triángulos
amorosos se resolvían de otra manera, nada que ver con los thrillers actuales.
¿Que cómo acaba la película? Ah, es verdad que no he
contado nada al respecto, pero ahora ya, casi como que no pega. Digamos
simplemente, que el marido de la duquesa mata a Esteban para proteger su honra,
pero ya se sabe que quien a honra mata, a honra muere.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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