domingo, 5 de junio de 2016

LATIDOS INTIMOS EN LA POESÍA DE FRANCISCO MUÑOZ SOLER




            ¿Qué es poesía? Sí, yo lo pregunto, que no tengo pupilas azules ni siento por Bécquer mayor estremecimiento que el estético, que no es poco. Por eso, comoquiera que la respuesta “Poesía eres tú” no termina de satisfacerme, intentaré contestar a esa pregunta con mis propias luces. Podríamos decir que poesía es arrancar un pellizco lírico a la Navidad, como hace el poeta malagueño Francisco Muñoz Soler en el poema “Días de Navidad”, dentro del libro Latido íntimo (Málaga, Corona del Sur, 2015), que hoy analizamos, pero vamos a intentar extender nuestras consideraciones un poco más allá.

Poesía para los ideólogos de mediados del siglo XX era un instrumento al servicio del realismo social, un arma cargada de futuro, en los versos de Gabriel Celaya, cuya interpretación de este gran fenómeno creativo considero demasiado pegada a la circunstancia. Poesía, a mi modesto entender, tampoco son los nenúfares en un estanque de ondinas. Poesía son las mixtificaciones de cada minuto. Poesía es quedarse embobado pensando en las musarañas. Poesía son las tempestades desatadas por el aleteo de una mariposa. Poesía es acercar una llama a un témpano de hielo. Poesía es la ingravidez de la roca. Lo etéreo, lo que se nos escapa, lo que necesitamos retener. Lo que no necesitamos comprender, lo frágil, el impulso de lo fútil o simplemente una mirada que abarca todos los universos posibles en tan sólo una brizna de permanencia, como proclama Francisco Muñoz Soler en “Saber mirar”, dentro del poemario que estamos considerando: “saber mirar/para sentirse vivo”.

Poesía es el latido íntimo de cada persona, o mejor dicho, los latidos íntimos, puesto que cinco son las partes que componen el libro que nos ocupa, en edición bilingüe español-inglés.

La primera de ellas es “Cuaderno de viajes”, un auténtico diario de bitácora por la geografía de la soledad. Lonesome Traveller se titula uno de los libros menos conocidos de Jack Kerouac, una auténtica aspiración mística de quien es mucho más famoso por los excesos On the Road que le llevaron hasta México, como también cruzó la frontera Francisco Muñoz Soler para situarse en una de las ciudades más degradadas del planeta, Tijuana, y desde ahí incidir en la necesidad de algo mediante una poesía carente de adjetivación: “solo como una planta en su taza/ absorbo como agua/ poemas de Bukowski” (“En una habitación”), o la necesidad de trascendente de alguien, muy evidente en los poemas “Agarrada a la noche” o “En la sombra de un bar de copas”, pero de manera muy clara en “Ningún lugar es para vivir”. Que recibe el título del primer verso, como todos en Latido íntimo y que por su elocuencia y brevedad me permito citar entero:

                        NINGÚN LUGAR ES PARA VIVIR
                        si no esperas
                        un beso, una caricia,
                        un gesto de cariño.

Tan sencillo como eso: un gesto de cariño que justifique una vida.

Nos hallamos, pues, según ya he mencionado, en una poesía sin artificio, sin ornamentación superflua. Un poesía que se desnuda para mejor mostrar el deseo de intimidad: “recorrer inútilmente/ lugares en ninguna parte/ para volver conmigo” (“Recorrer medio mundo”). Y aquí me van a permitir ustedes que realice un parangón con José Martí, pues esta primera parte de Latido íntimo, “Cuaderno de viajes”, me recuerda poderosamente los Versos sencillos del poeta cubano. Al fin y al cabo, antes de beber en las fuentes de los jardines de los palacios versallescos, con todas las hipérboles asociadas a la ocasión, el modernismo nació como un esfuerzo por recuperar el pulso íntimo de la poesía y así lo mostraron los iniciadores del movimiento: el recién aludido José Martí y el colombiano José Asunción Silva.

Antes de finalizar “Cuaderno de viajes” quiero mencionar otra posibilidad, como es la de la sugerencia de la utopía, que es el horizonte de todo viaje, consciente o inconscientemente, utopía temporal o utopía permanente. Utopía perseguida por los gringos, aunque para ello sea necesario degradar a los vecinos del sur con “sus buenas gentes/ y su áspera belleza” (“Dejo Tijuana”), donde tan sólo las gaviotas gozan de una ficción de libertad: “así son las gaviotas de la frontera/ sólo les interesa la valla/ para descansar y hacer sus cagadas” (“Gaviotas de Tijuana). Poderoso instrumento de denuncia porque la arcadia del hombre rubio del norte se consolida sobre los límites de la putrefacción de la naturaleza y el vacío del sur, como descubrimos en “Río Tijuana”:

                        Pues hasta su nombre pierde
                        el río Tijuana por pena,
                        madriguera de ratas humanas

Si pasamos a las segunda y tercera partes de Latido íntimo, observamos que el presente del poeta se sostiene sobre el futuro de un hijo, cuya compañía está marcada por un implacable régimen de visitas, y el pasado de la madre aquejada de una terrible pérdida de memoria.

Así esa segunda parte se dedica al vástago y por ello se titula “A Julio”, donde el primer poema ya nos sitúa en las dos secciones que continúan. Cito también completo:

                        MI ESPÍRITU GRAVITA
                             sobre la indefensión
                             de mi madre y mi hijo,
                             sobre la consciencia
   de su pérdida de memoria
   y el desarraigo
   que él no ha elegido.
           
            Una vez más observamos una poética sin adjetivos y una enorme condensación afectiva, por lo que, si antes me permití una comparación con los Versos sencillos, de Martí, ahora he de hacerlo con el Ismaelillo, del mismo poeta y político cubano. Nitidez de la pena, transparencia del dolor.

            Hondura emotiva asimismo en la tercera parte de Latido íntimo, es decir, “A mis padres”, dedicada al padre ya fallecido: “escaneé con mis ojos/ una íntima imagen,/ partió una tarde gris” (“De la cómoda habitación”); y a la madre, a quien el Alzheimer ha convertido en una proyección de recuerdos presentidos, parafraseando al poeta también colombiano Eduardo Carranza. Veamos cómo lo expresa Francisco Muñoz Soler en otra pieza que vuelvo a citar entera:

                                   CON ESPÍRITU DE NIÑA
                                          disfruta coloreando
                                          el dibujo pálido,
                                          con cariño para que regresen
                                          los recuerdos originarios.


  Sin grandilocuencias ripiosas, lo que Muñoz Soler nos ofrece en Latido íntimo es la sinceridad del dolor por los anhelos frustrados.

La cuarta parte del libro se titula “Ausencia de compasión”, donde si continuamos la serie martiniana, no es difícil descubrir reminiscencias de los Versos hirsutos, puesto que lo que el poeta español pretende es denunciar a los poseedores de las verdades absolutas de toda laya:

                        LAS PERSONAS
                        nunca encontrarán sus esencias
                        en los dogmas.

             Las personas, se trata de poner el acento en las personas sin la épica, a mi entender, de un Neruda en las sucesivas residencias en la Tierra, sino más bien con la lírica del poeta caribeño al que tanto hemos aludido en estas páginas.



            La rebeldía, la esperanza en las posibilidades del ser humano, la denuncia de sociedades injustas es lo que denuncia Francisco Muñoz en “Ausencia de compasión”, cuyo título no puede ser más elocuente. Decadencia, insinuaciones revolucionarias es lo que hallamos en esta parte de Latido íntimo, porque “La miseria es la sublimación/ de la maldad humana” (“Detesto”). Y frente a todo ello, la necesidad del paraíso en la Tierra: “deseo que la crueldad y la codicia/ sean sustituidas por bondad y compasión” (“Aspiro a un mundo irreal”). Ya lo dijo José Agustín Goytisolo: “Todas esas cosas/ había una vez/ cuando yo soñaba/ un mundo al revés”.

            Por fin, la quinta y última parte, “Latido íntimo”, da título al poemario completo y quizá sea la que más se aproxima a un cierto ideal de belleza en la poesía, pues en ella asistimos a la exégesis de virtudes abstractas, como los principios, las esencias, pero hemos mejor de entenderlo como un lamento por el ser humano situado en su encrucijada de vacíos y con inflexiones, por ello, hacia el sufrimiento cotidiano: “me fui a la cama temprano/ para dormir seis horas/ en un hermoso día festivo/ de dolor rutinario” (“Hermoso día festivo”);  ya convertido en rutina, por lo tanto, que quizá sea la más punzante forma de la pena.

            Asideros de lo inasible es lo que nos ofrece el poeta malagueño en esta sección de Latido íntimo. Por ello, se poetiza la levedad: “esa pureza contemplo/ en el paseo de la belleza” (“Templanza de tarde límpida”); y se contraponen la niñez: “mis recuerdos en aquella casa/ los protejo no volviendo a ella” (“Resuenan en mis oídos”) al paso del tiempo: “me imagino el año que seré mayor” (“Con la mirada clavada en los números del año”); o la vida: “que sea descanso en la pasión/ de sentirse vivo” (“Nostalgia”) a la muerte en el poema titulado “El sentimiento de vacío”. Deseo, por tanto de regreso al origen como el mejor antídoto contra la decadencia:

                                   El temor del mañana que aguarda,
                                   con sus huellas me regresa
                                   al margen del lejano principio
                                   de mi edad vencida, al origen.

            Insurgencias del deseo carnal, como en “Recuerdo tu fragante lozanía”, pero quiero cerrar estas consideraciones con la idea que lo envuelve todo: el amor. De ahí que no me parezca casual que “Latido íntimo” empiece y acabe con el mismo sentimiento. Cito así del primer y último poema de esta sección, “La mejor forma de vivir” y “Mientras sea capaz de amar la vida tendrá sentido”, respectivamente, y elijo de ellos los dos primeros versos de aquél y los últimos de éste:

                                   LA MEJOR FORMA DE VIVIR
                                   es sustentar las acciones con amor

                                   […] nada ni nadie puede arrebatarme mi capacidad de amar.

   Poética, pues, de lo cotidiano eterno, sublimación de la circunstancia, las intuiciones de Francisco Muñoz Soler perfilan emociones con la desnudez anhelante que muestran los colores ateridos en una pintura con acuarela. Poeta de la sencillez profunda, resulta muy de agradecer en él la pervivencia de unos versos sin alambiques, sobre todo cuando vivimos en unos tiempos donde en cada bloque de vecinos hay censados, al menos, diez poetas por planta.

            Tan sólo nos queda pedirle que no tarde mucho en sacar su próximo libro.

Francisco Javier Rodríguez Barranco


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