¿Qué es poesía? Sí, yo lo pregunto,
que no tengo pupilas azules ni siento por Bécquer mayor estremecimiento que el
estético, que no es poco. Por eso, comoquiera que la respuesta “Poesía eres tú”
no termina de satisfacerme, intentaré contestar a esa pregunta con mis propias
luces. Podríamos decir que poesía es arrancar un pellizco lírico a la Navidad,
como hace el poeta malagueño Francisco Muñoz Soler en el poema “Días de
Navidad”, dentro del libro Latido íntimo
(Málaga, Corona del Sur, 2015), que hoy analizamos, pero vamos a intentar
extender nuestras consideraciones un poco más allá.
Poesía para los ideólogos de mediados del
siglo XX era un instrumento al servicio del realismo social, un arma cargada de
futuro, en los versos de Gabriel Celaya, cuya interpretación de este gran
fenómeno creativo considero demasiado pegada a la circunstancia. Poesía, a mi
modesto entender, tampoco son los nenúfares en un estanque de ondinas. Poesía
son las mixtificaciones de cada minuto. Poesía es quedarse embobado pensando en
las musarañas. Poesía son las tempestades desatadas por el aleteo de una
mariposa. Poesía es acercar una llama a un témpano de hielo. Poesía es la
ingravidez de la roca. Lo etéreo, lo que se nos escapa, lo que necesitamos
retener. Lo que no necesitamos comprender, lo frágil, el impulso de lo fútil o
simplemente una mirada que abarca todos los universos posibles en tan sólo una
brizna de permanencia, como proclama Francisco Muñoz Soler en “Saber mirar”,
dentro del poemario que estamos considerando: “saber mirar/para sentirse vivo”.
Poesía es el latido íntimo de cada persona, o
mejor dicho, los latidos íntimos, puesto que cinco son las partes que componen
el libro que nos ocupa, en edición bilingüe español-inglés.
La primera de ellas es “Cuaderno de viajes”,
un auténtico diario de bitácora por la geografía de la soledad. Lonesome Traveller se titula uno de los
libros menos conocidos de Jack Kerouac, una auténtica aspiración mística de
quien es mucho más famoso por los excesos On
the Road que le llevaron hasta México, como también cruzó la frontera
Francisco Muñoz Soler para situarse en una de las ciudades más degradadas del
planeta, Tijuana, y desde ahí incidir en la necesidad de algo mediante una
poesía carente de adjetivación: “solo como una planta en su taza/ absorbo como
agua/ poemas de Bukowski” (“En una habitación”), o la necesidad de trascendente
de alguien, muy evidente en los poemas “Agarrada a la noche” o “En la sombra de
un bar de copas”, pero de manera muy clara en “Ningún lugar es para vivir”. Que
recibe el título del primer verso, como todos en Latido íntimo y que por su elocuencia y brevedad me permito citar
entero:
NINGÚN LUGAR ES PARA VIVIR
si no esperas
un beso, una caricia,
un gesto de cariño.
Tan sencillo como eso: un gesto de cariño que
justifique una vida.
Nos hallamos, pues, según ya he mencionado,
en una poesía sin artificio, sin ornamentación superflua. Un poesía que se
desnuda para mejor mostrar el deseo de intimidad: “recorrer inútilmente/ lugares
en ninguna parte/ para volver conmigo” (“Recorrer medio mundo”). Y aquí me van
a permitir ustedes que realice un parangón con José Martí, pues esta primera
parte de Latido íntimo, “Cuaderno de
viajes”, me recuerda poderosamente los Versos
sencillos del poeta cubano. Al fin y al cabo, antes de beber en las fuentes
de los jardines de los palacios versallescos, con todas las hipérboles
asociadas a la ocasión, el modernismo nació como un esfuerzo por recuperar el
pulso íntimo de la poesía y así lo mostraron los iniciadores del movimiento: el
recién aludido José Martí y el colombiano José Asunción Silva.
Antes de finalizar “Cuaderno de viajes”
quiero mencionar otra posibilidad, como es la de la sugerencia de la utopía,
que es el horizonte de todo viaje, consciente o inconscientemente, utopía
temporal o utopía permanente. Utopía perseguida por los gringos, aunque para
ello sea necesario degradar a los vecinos del sur con “sus buenas gentes/ y su
áspera belleza” (“Dejo Tijuana”), donde tan sólo las gaviotas gozan de una
ficción de libertad: “así son las gaviotas de la frontera/ sólo les interesa la
valla/ para descansar y hacer sus cagadas” (“Gaviotas de Tijuana). Poderoso
instrumento de denuncia porque la arcadia del hombre rubio del norte se
consolida sobre los límites de la putrefacción de la naturaleza y el vacío del
sur, como descubrimos en “Río Tijuana”:
Pues hasta su nombre pierde
el río Tijuana por pena,
madriguera de ratas
humanas
Si pasamos a las segunda y tercera partes de Latido íntimo, observamos que el
presente del poeta se sostiene sobre el futuro de un hijo, cuya compañía está
marcada por un implacable régimen de visitas, y el pasado de la madre aquejada
de una terrible pérdida de memoria.
Así esa segunda parte se dedica al vástago y
por ello se titula “A Julio”, donde el primer poema ya nos sitúa en las dos secciones
que continúan. Cito también completo:
MI ESPÍRITU GRAVITA
sobre
la indefensión
de mi madre y mi hijo,
sobre la consciencia
de su pérdida de memoria
y el desarraigo
que él no ha elegido.
Una vez más observamos una poética
sin adjetivos y una enorme condensación afectiva, por lo que, si antes me
permití una comparación con los Versos
sencillos, de Martí, ahora he de hacerlo con el Ismaelillo, del mismo poeta y político cubano. Nitidez de la pena,
transparencia del dolor.
Hondura emotiva asimismo en la
tercera parte de Latido íntimo, es
decir, “A mis padres”, dedicada al padre ya fallecido: “escaneé con mis ojos/
una íntima imagen,/ partió una tarde gris” (“De la cómoda habitación”); y a la madre,
a quien el Alzheimer ha convertido en una proyección de recuerdos presentidos,
parafraseando al poeta también colombiano Eduardo Carranza. Veamos cómo lo
expresa Francisco Muñoz Soler en otra pieza que vuelvo a citar entera:
CON ESPÍRITU DE NIÑA
disfruta coloreando
el dibujo pálido,
con cariño para que regresen
los recuerdos originarios.
Sin grandilocuencias ripiosas, lo que Muñoz
Soler nos ofrece en Latido íntimo es la sinceridad del dolor por los anhelos
frustrados.
La cuarta parte del libro se titula “Ausencia
de compasión”, donde si continuamos la serie martiniana, no es difícil
descubrir reminiscencias de los Versos
hirsutos, puesto que lo que el poeta español pretende es denunciar a los
poseedores de las verdades absolutas de toda laya:
LAS PERSONAS
nunca encontrarán sus
esencias
en los dogmas.
Las personas, se trata de poner el
acento en las personas sin la épica, a mi entender, de un Neruda en las
sucesivas residencias en la Tierra, sino más bien con la lírica del poeta
caribeño al que tanto hemos aludido en estas páginas.
La rebeldía, la esperanza en las
posibilidades del ser humano, la denuncia de sociedades injustas es lo que
denuncia Francisco Muñoz en “Ausencia de compasión”, cuyo título no puede ser
más elocuente. Decadencia, insinuaciones revolucionarias es lo que hallamos en
esta parte de Latido íntimo, porque
“La miseria es la sublimación/ de la maldad humana” (“Detesto”). Y frente a
todo ello, la necesidad del paraíso en la Tierra: “deseo que la crueldad y la
codicia/ sean sustituidas por bondad y compasión” (“Aspiro a un mundo irreal”).
Ya lo dijo José Agustín Goytisolo: “Todas esas cosas/ había una vez/ cuando yo
soñaba/ un mundo al revés”.
Por fin, la quinta y última parte,
“Latido íntimo”, da título al poemario completo y quizá sea la que más se
aproxima a un cierto ideal de belleza en la poesía, pues en ella asistimos a la
exégesis de virtudes abstractas, como los principios, las esencias, pero hemos
mejor de entenderlo como un lamento por el ser humano situado en su encrucijada
de vacíos y con inflexiones, por ello, hacia el sufrimiento cotidiano: “me fui
a la cama temprano/ para dormir seis horas/ en un hermoso día festivo/ de dolor
rutinario” (“Hermoso día festivo”); ya
convertido en rutina, por lo tanto, que quizá sea la más punzante forma de la
pena.
Asideros de lo inasible es lo que
nos ofrece el poeta malagueño en esta sección de Latido íntimo. Por ello, se poetiza la levedad: “esa pureza
contemplo/ en el paseo de la belleza” (“Templanza de tarde límpida”); y se
contraponen la niñez: “mis recuerdos en aquella casa/ los protejo no volviendo
a ella” (“Resuenan en mis oídos”) al paso del tiempo: “me imagino el año que
seré mayor” (“Con la mirada clavada en los números del año”); o la vida: “que
sea descanso en la pasión/ de sentirse vivo” (“Nostalgia”) a la muerte en el
poema titulado “El sentimiento de vacío”. Deseo, por tanto de regreso al origen
como el mejor antídoto contra la decadencia:
El temor del mañana que aguarda,
con sus huellas me regresa
al margen del lejano principio
de mi edad vencida, al origen.
Insurgencias del deseo carnal, como
en “Recuerdo tu fragante lozanía”, pero quiero cerrar estas consideraciones con
la idea que lo envuelve todo: el amor. De ahí que no me parezca casual que
“Latido íntimo” empiece y acabe con el mismo sentimiento. Cito así del primer y
último poema de esta sección, “La mejor forma de vivir” y “Mientras sea capaz
de amar la vida tendrá sentido”, respectivamente, y elijo de ellos los dos
primeros versos de aquél y los últimos de éste:
LA MEJOR FORMA DE VIVIR
es sustentar las acciones con amor
[…] nada ni nadie puede
arrebatarme mi capacidad de amar.
Poética, pues, de lo cotidiano
eterno, sublimación de la circunstancia, las intuiciones de Francisco Muñoz
Soler perfilan emociones con la desnudez anhelante que muestran los colores ateridos
en una pintura con acuarela. Poeta de la sencillez profunda, resulta muy de
agradecer en él la pervivencia de unos versos sin alambiques, sobre todo cuando
vivimos en unos tiempos donde en cada bloque de vecinos hay censados, al menos,
diez poetas por planta.
Tan sólo nos queda pedirle que no
tarde mucho en sacar su próximo libro.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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