Que no sólo
de música vive una ciudad y por eso desde el año 1969 se celebra en Nashville
un festival de cine, Nashville Film Festival (NaFF) en la denominación original, que nos demuestra que en
Estados Unidos más allá de Hollywood hay vida cinematográfica, un espacio para
el cine independiente. Que sí, que ya sé que también está el festival de
Sundance, pero qué queréis que os diga, ha sido el de Nashville el que he
encontrado en el road trip que estoy
haciendo por USA y es el certamen del que puedo hablar, que casualmente ha
coincidido en el tiempo en la edición de este año, es decir, 2015, con el de
Cine Español de Málaga.
Aquí sí hay
alfombra roja, si bien no muy extensa, pero una demostración del sexto sentido
para el espectáculo de la industria cinematográfica norteamericana es que la
zona glamurosa del evento se sitúa en el parking de un mall y la cosa funciona: la impresión que uno tiene viendo el
movimiento de actores, directores y periodistas es que se halla en la
quintaesencia del mundo chic.
Al final del
folleto informativo del Festival se puede comprobar que la enumeración de
películas se extiende durante dos páginas, de las que una sola es para el cine
de Estados Unidos, de donde se infiere la importancia del cine de este país en
el certamen de Nashville, pero en la otra página comprobamos que las películas
de otras procedencias pertenecen a todos los continentes habitados de la Tierra,
de donde me parece justo inferir una voluntad cosmopolita en el NaFF.
Si
continuamos con dicho folleto, el Festival se estructura, entre otras, en las
siguientes secciones: Proyecciones especiales, Spectrum, Narrativa con
películas del todo el mundo, Nuevos directores, donde se muestran óperas
primas, Documentales, películas musicales (casi todas documentales), como no
podía ser de otra manera en Nashville, Graveyard
Shift, con filmes de fantasía y terror, cortometrajes, con producciones de
menos de 40 minutos, y Tennessee First, con películas de ficción, documentales
o cortos.
Pues bien,
la película que he visto ha sido Entertainment
(2014), de Rick Alverson, que forma parte de la sección de Proyecciones
especiales, sobre las que vota el público, y se trata de un filme que tiene
algo de Paris, Texas (1984), de Win
Wenders, en el sentido de una persona que busca a otra en las inmensidades
vacías del desierto; y también algo de Woody Allen, en cuanto al sentimiento
autodestructivo de un monologuista con gafas; pero llevado todo a un extremo
muy próximo a American Splendor (2003),
de Robert Pulcini y Shari Springer Berman.
Interpretado
el protagonista por Gregg Turkington, que también participa en el guion, así
como el propio director y Tim Heidecker, a quien se le concede un cameo en el
largometraje, el espectador asiste al itinerario vital de un cómico, cuya
anonimia es una prueba más de su insignificancia existencial, puesto que en un
momento dado, preguntado por su nombre, responde de manera muy poco convincente
“Jim”, y además en el casting se le denomina simplemente El comediante.
Dicho
comediante se mueve de garito en garito (la primera actuación que se plasma en
la pantalla es una en una cárcel), aureolado por unos chistes de dudoso gusto,
de población en población, intentando acerarse a su hija, todo ello en el
desierto californiano, y por las mañanas se apunta a tours que circulan por aviones abandonados, pueblos desiertos o
plantas petrolíferas patéticas. En definitiva, la nada, puesto que en esto
precisamente consiste este filme: una metáfora de la inexistencia.
Ése es el
marco escénico en que se desarrolla la acción y no puede ser de otra manera,
porque el comediante en su desventurado deambular se acerca a Hollywood y
estamos acostumbrados a ver la otra cara del éxito en el mundo del cine, algo
de lo que sin duda el mejor ejemplo es Eva al desnudo (1950), de Joseph L. Mankiewicz, pero lo que nos ofrece Entertainment es la única cara del
fracaso: la imagen de una persona a quien el sistema ha dejado abandonada a su
suerte. Crónica de la soledad o de la derrota personal, donde la angustia del
protagonista por comunicarse con su hija constituye un último asidero al calor
humano.
Y a tal
punto llega la historia que este cómico, este supuesto cómico, este payaso
triste, muy triste, ni siquiera se rebela contra su suerte, sino que se limita
a contemplarla con unas miradas que son mezcla de impotencia y curiosidad,
cuando ya no le quedan fuerzas ni para llorar. Por eso, los diálogos son
mínimos y prácticamente se limitan a los desalentadores monólogos que le
permiten malvivir. Pero las miradas y la expresión corporal de Turkington son
lo suficientemente elocuentes.
Es una
verdad comúnmente aceptada entre los psicólogos que los depresivos tienen una
imagen distorsionada de la realidad y eso se transmite a esta película en una
sucesión de situaciones surrealistas, algunas de las cuales tienen lugar en los
cuartos de baño públicos, y que no voy a detallar para no estropear el filme a
futuros espectadores, pero que nos hacen pensar si lo que está sucediendo está
sucediendo realmente o si forma parte de la imaginación nociva del
protagonista.
Por lo
tanto, se trata de un largometraje cuya comicidad se tiñe de
amargura: poca diversión, por lo tanto, un título
irónico hasta la náusea, pero un largometraje concebido para mayor gloria del cine, que todavía
no ha llegado a las pantallas españolas, hasta donde alcanzan mis
conocimientos, pero que sería muy recomendable que lo hiciera, aunque sólo
fuera para conocer la creatividad de cineastas con una voz propia en un país
donde la homogeneidad comercial se resuelve normalmente en la decadencia
estética.
La verdad es
que me resulta muy curioso que en este mundo tan tecnificado todavía no hayamos
encontrado una receta válida para ese ligero desajuste al que denominamos
soledad. La verdad es que me resulta admirable que todavía haya directores de
cine que se ocupen de ese tema en una sociedad que se considera la más
sofisticada de la historia de la humanidad.
Nashville (Tennessee), 18 de abril de 2015
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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