Urdimbres
Enrique
Jaramillo Levi
Ediciones
Azimut
Lugar
de publicación: Málaga (España)
Año
de publicación: 2023
Ilustración
de portada: Enrique Jaramillo Barnes
188
páginas
PVP:
16 euros
Quizá porque Panamá disfruta de una doble realidad, con el Pacífico a un lado y el Caribe-Atlántico al otro, donde uno siente ambos océanos a la vez como un rasgo nacional distintivo, nuestro autor se ha contagiado de una duplicación de opciones y nos ofrece con total normalidad las crónicas de una fronteras difusas entre la vida y la muerte, donde muertos, ignorantes aún de su nuevo estado (ni mejor ni peor, tan solo un nuevo estado), escriben sobre la persona que fueron o donde se combina lo onírico con la vigilia, incluso el sueño dentro del sueño o la dinámica de espejos, que tanto gustaba a Borges, todo lo cual alcanza su más alta expresión en este gigantesco andamiaje metaliterario que es Urdimbres. Y por ello quiero empezar mis citas de esta obra por la frase que cierra el penúltimo párrafo del libro en el relato titulado precisamente «Cierre», pues considera Jaramillo Levi que toda esta obra es “un proceso reflexivo, metaliterario” (p. 182).
Pero es que no podría ser de otra manera, puesto que la metaliteratura es la más sutil forma de autobiografía de que dispone un autor: ¿qué es, al fin y al cabo, un escritor? Una persona que escribe, valga la redundancia, con mayor o menor fortuna, pero eso es así. Res scribens, proclamaría Descartes, si hubiera filosofado al respecto: el escritor es una cosa que escribe; escribo, luego, existo. Y para mostrarse tal cual es, el autor (narrador o poeta) debe dejar constancia de su principal actividad.
La metaliteratura es en sí un desdoblamiento en dos realidades, pues un hombre físico, sujeto de derechos y obligaciones en el ordenamiento constitucional de cada país, se resuelve en un personaje de ficción, aquejado de los mismos males que su “progenitor”, es decir, las heridas literarias. Por ello, las referencias metaliterarias son constantes en Urdimbres, cuyo título se toma de uno de los relatos en este libro contenidos, pero también se habla de ello en «Cierre» cuando se considera que la literatura es “una mínima urdimbre, que, en más de un sentido, se gesta a sí misma”. Y quizá sea en «La puerta que no quise cerrar» (pp. 63-76), uno de los textos más largos del libro que nos ocupa, donde con mayor claridad se aprecia esa fuerza generatriz de la literatura que va creando —sí, creando, como pequeños dioses, según reclamaba Huidobro a los poetas— sus propios mundos, recurriendo a la fantasía o, simplemente, acudiendo a la imaginación de nuevas vivencias, tan reales, puesto que ocurren en la mente del creador, que las experiencias reales en sentido estricto.
No renuncia Urdimbres a ofrecer consejos a los escritores, como sucede en «Lo visible y lo invisible» (pp. 122 – 125) o quizá más explícitamente en «Algo es algo»: “Lo que al principio era solo duda e incertidumbre, ahora es un conglomerado de palabras que, quiérase o no, significan” (p. 159). Pero hay también muestras implícitas de buena literatura para quienes sepan degustarlas, como es el cambio constante de la voz narradora, lo cual ahonda en esa doble realidad tan del gusto de Jaramillo Levi y de la que venimos hablando en estos párrafos. Así, en «Las vueltas que da la vida» el cambio de secuencia implica un cambio de la primera (“me alejo”) a la segunda persona del singular (“el día que al regresar de tu trabajo encontraste tu puerta entreabierta”, p. 156); e incluso, por poner solo dos ejemplos dentro de un fecundo muestrario, el paso de la primera a la tercera persona del plural en «Juntos», donde el penúltimo párrafo empieza: “Sin habérnoslo propuesto y casi sin darnos cuenta poco a poco reemprendimos las bondades de compartir”; mientras que el párrafo siguiente lo hace de esta manera: “Pasaron los días, las semanas, los meses. Ya casi no salían” (p. 110).
Y quiero cerrar estos párrafos dedicados a la metaliteratura, dentro de un contexto de doble realidad, mencionando el que, para mi gusto, es el mejor relato del libro, «Ocurriéndole» (pp. 106-107), dado que sobre este planteamiento de la literatura dentro de la literatura, Jaramillo Levi da un paso más y se resuelve todo para mayor gloria de la fantasía, que no ha necesitado recurrir al terror para manifestarse, pues Will, un escritor de raza blanca, es descubierto amnésico en un parque exhibiendo rasgos nórdicos, pero piel negra: “fusión perfecta de dos razas sin explicación alguna” (p. 107). Creo con toda sinceridad que Julio Cortázar hubiera firmado un relato con estas características.
Por supuesto que la situación social y política de Panamá no escapan a la aguda observación de Jaramillo Levi y, de hecho, el título del libro es el de un relato donde se narra el ascenso a la Presidencia del país de un oscuro personajillo, o la invasión gringa para capturar a Noriega o, al menos, esa fue la excusa oficial.
El erotismo, tan presente en toda la
obra de nuestro autor no podía faltar a su cita con Urdimbres: “ese dar y recibir placer a diario en un proceso de
permanente estimulación” (p. 177), dentro de un relato, «Teticas», que reclama la realidad de la
ficción, muy en sintonía de lo que estamos aquí defendiendo: “lo que en la
escritura acontecía era absolutamente real”.
Así como la presencia de la ufología en diferentes momentos del libro, apariciones de ovnis que conecta con una experiencia vivida por el autor y que no puede sorprendernos demasiado cuando habitamos en una realidad cuantificable o, al menos, digitalizable, donde incluso los sentimientos más abstractos pueden concretarse en una cadena de ceros y unos, una cadena muy larga, desde luego, larguísima, pero no infinita. Y yo no sé lo que cada cual pensará de los objetos voladores no identificados, pues, aunque yo no he conocido ninguna abducción, sí he visto a un astronauta esculpido en la fachada de la catedral de Salamanca. Al fin y al cabo, tampoco he conocido a los cartagineses, pero los cartagineses existieron, salvo en una de las dos dimensiones del maravilloso relato «La trama celeste», del argentino Adolfo Bioy Casares.
Pero todo lo anterior se envuelve dentro del fuerte protagonismo del yo que impera en todo el libro, que, por cierto, finaliza precisamente con esa palabra: “En este cierre, para bien o para mal, la escritura soy yo”. No hallará aquí el lector, por lo tanto, descripciones objetivas de lugares, objetos o personas, según suele ser seña de identidad en la narrativa, ni un contexto físico donde ocurran los hechos: todos los relatos contenidos en Urdimbres se ambientan en el alma de Enrique Jaramillo Levi, que de ese modo alcanza la cuadratura del círculo que da título a uno de los cuentos incluidos en esta obra, pues convierte la poesía en narración o la narración en poesía, que realmente da igual el orden, pero donde advertimos una vez más esa doble naturaleza que hemos destacado durante toda esta reseña.
De manera que los relatos no van de fuera hacia dentro, no se trata de narrar unos hechos de los que el autor es testigo o inventa, sino que los relatos son proyecciones de la portentosa subjetividad de Jaramillo Levi. Afirmaba Kant que los seres humanos tan solo somos capaces de conocer la realidad a través de unas determinadas categorías mentales ineludibles a las personas, de tal manera que lo que percibimos puede ser o no lo que verdaderamente es, puesto que cada cual posee un determinado tamiz, común a toda la humanidad. Pues bien, ese yo, literario o metaliterario, como mejor se desee, físico y ficcional a la vez, es la vía a través de la cual el panameño Jaramillo Levi accede al mundo que le rodea y plasma luego en su obra, pues la literatura, efectivamente, es lo que le salva: “la escritura una vez más debe salvarme” («La cuadratura del círculo», p. 146).
No se trata, por lo tanto, y con
esto termino, de una creación que fluya de lo externo a lo interno como es
propio de la narrativa tradicional, sino que la literatura está dentro del
autor y este la derrama generosamente a las acciones reales que ocurren a su
alrededor o a las más reales todavía que existen en su interior.
Urdimbres es entonces, en más de un sentido, una colección de cuentos excepcionales de esta autor de Panamá que ha sido uno de los primeros en su país en publicar un libro de cuentos en España: la primera fue la ya fallecida escritora panameña Rosa María Britton (1936-2019).
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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