Lunes, 30 de mayo de
2022
Pincha aquí para ver tráiler de 'Neptune Frost'
La primera mitad de
las proyecciones de hoy en Teatro Alameda de Tarifa consistió en tres
cortometrajes basados en tres relatos, pues el tema oficial del FCAT de este
año son las interacciones mutuas entre literatura y cine.
Así, la jornada se inició con dos cortos de 1991 del
director angoleño Mariano Bartolomeu: “Un lugar limpio y bien iluminado” y
“Quem Faz Correr o Quim?”, siendo así que el primero de ellos se inspira en el
relato “The Killers”, de Ernst Hemingway, y el segundo en Kenzaburô Oe, quien
poco después del corto de Bartolomeu, concretamente en 1994, obtuvo el Premio
Nobel de Literatura.
En cuanto al primero de ellos, ambientado en Cuba, en vez
de en Estados Unidos, y fiel con el estilo narrativo propio del autor de Oak
Park (Illinois), es una narración iceberg, es decir, que es mucho más lo que no
se cuenta que lo que se cuenta y está impregnado por un fuerte sentido
existencial, que es algo bastante propio de Hemingway, quien acabó con su vida
disparándose con una escopeta. De manera que, nos encontramos con un
protagonista al que persigue la muerte, por causas que el espectador ignora,
pero ha decidido dejar de huir ante una vida que ya no tiene sentido, pues,
como él mismo afirma: “No es posible encontrar un lugar limpio y bien
iluminado”. La música de John Lee Hooker se adhiere con toda naturalidad a a la
piel de este cortometraje y constituye un elemento eficaz para intensificar el
dramatismo.
Sin abandonar el tono existencial ya mencionado, “Quem
Faz Correr o Quim?” sí tiene un referente tangible como fue la guerra civil de
Angola, utilizada por Estados Unidos y la Unión Soviética (con Cuba ad hoc) para desfogarse un poco durante
la mal llamada guerra fría. Es así
que el desencadenante de la situación es el nacimiento con dos cabezas de la
hija de Quim, quien se mueve en una tensión dual entre su mujer y su amante, siendo así que él es piloto de guerra y el cortometraje se inicia con escenas del aterrizaje de cazas militares.
En conversación posterior a la proyección
del corto, Bartolomeu confesó que él se había inspirado en las piezas
literarias arriba referenciadas, pero que se trata de adaptaciones en sentido
estricto.
El tercer corto de esta primera parte en el Teatro Alameda
ha sido “Vou mudar a cozinha” (2022), del también angoleño Ondjaki, basado en
un relato del propio Ondjaki y consistente en un monólogo de media hora de la
protagonista, interpretada por Renata Torres, interrumpido tan solo por una voz
en off, que es la del padre quien le
recuerda sus deberes como mujer, esposa y madre desde una perspectiva bastante
conservadora. Una voz incrustada en el cerebro de esta mujer y que va marcando
los hitos de su insatisfacción vital. Y hay quien considera que eso no es cine,
pero nada más lejos de la realidad: una propuesta como la de este cortometraje,
que raya en el mediometraje, representa un afán de innovación dentro del
séptimo arte.
Debemos señalar en relación con este trabajo de Ondjaki que
el fuego es un elemento con enorme valor simbólico. El fuego para Heráclito era
el elemento superior de los cuatro posibles en la antigüedad grecolatina (agua,
aire, tierra y fuego), pues consideraba que era capaz de convertir en los
mismo, es decir, cenizas, todo lo demás. En el corto de Ondjaki, el fuego se
manifiesta en el mechero, los cigarrillos, la cocina, que sirve para crear
vida, es decir, alimentos, y el incienso, que transmite renovación y pureza.
Poco a poco, vamos conociendo otro de los componentes de la
angustia de la mujer y es la condición de piloto militar de su marido durante
la guerra civil en Angola y, una vez, concluida la proyección, en conversación
con el director y escritor, Ondjaki nos reveló que esa insistencia en el fuego
era un recuerdo del ave Fénix, capaz de resurgir de sus cenizas, como él desea
que le suceda a Angola.
Muy destacable, además, la banda sonora de Filipe Raposo.
La
segunda mitad de la tarde en el Teatro Alameda fue para la película ruandesa Neptune Frost (2021), de Anisia Uzeyman
y Saul Williams, para cuya correcta comprensión es necesario recordar que el
sustrato de fondo de todas las guerras que han tenido lugar en la región de los
Grandes Lagos africanos han sido las disputas entre Estados Unidos y Francia
por el control del coltán que se da en abundancia en el Congo y que es el
mineral más utilizado en el soporte físico de las nuevas tecnologías: teléfonos
móviles, ordenadores de todo tipo, etc.
De
los efectos devastadores que la avaricia del coltán ha causado en esa zona de África
tratan dos documentales ambientados en Congo: City of Joy (2016), de Madeleine Gavin, y Maman Colonelle (2017), de Dieudo Hamadi. Por ello, Neptune Frost
viene a incidir sobre algo ya conocido para quienes estén familiarizados con la
realidad africana: de hecho, la película se inicia con el brutal asesinato por
la Policía de un minero en un yacimiento al aire libre de coltán.
Sin
embargo, ya desde ese momento comprendemos que algo va a ser diferente,
puesto que ese obrero se llama Tekno. De ahí que la verdadera originalidad de
esta magnífica película de Uzeyman y Williams consiste en el lenguaje narrativo
utilizado, empezando por los propios diálogos que no son diálogos como tal,
sino conversaciones grupales que recuerdan la tradición de los griots, o contadores de cuentos, en los
poblados africanos, auténticas memorias vivas de la comunidad, y el famoso
árbol de las palabras. Además de lo anterior, para subvertir el método
tradicional de comunicarse los personajes en el cine, en Neptune Frost los cantos mediante los que los grupos oprimidos
protestan son muy elocuentes, así como las propias imágenes, que exigen una
gran capacidad de comunicación no verbal por parte de los actores.
La
muerte llega cuando llega y sorprende al espectador como la súbita pérdida de
batería en un portátil. Porque esa es una de las grandes propuestas de esta
cinta: la deshumanización de una sociedad exponencialmente
tecnificada y presentar a los personajes como piezas de un hardware cruel en un mundo de pesadilla.
De
manera que este filme abandona las coordenadas exóticas o tropicalistas que el
espectador espera cuando se enfrenta al cine africano y se construye sobre un
mundo de ciencia y fantasía con ribetes oníricos. Es así que futurismo y
surrealismo se dan la mano en Neptune
Frost: Marinetti y Breton del bracete para denunciar la salvaje explotación
en África, toda una osadía.
No
puede sorprender, pues, que los nombres de los personajes procedan del contexto
propio de Sillicon Valley, como Placa Madre, que es la protagonista, otro se
llama Memoria, etc.; el saludo entre los personajes sea “Brillo dorado
universal”; la región en la que viven sea Martyr Loser Kingdom; que la
aspiración de la revolución sea romper el código y que la protesta se denomine hackear. Así, aquello por lo que luchan
estas piezas tecnológicas humanas es por conseguir un algoritmo de justicia y
el protagonista masculino principal se llama Matalausa, es decir, ‘USA mata’.
Todo un discurso distópico articulado alrededor de lo que más obsesiona a los,
así denominados, países del Primer Mundo: el poder tecnológico.
En
definitiva, se trata de un largometraje con textura postmoderna para descender
a la más cruda realidad.
Guerras,
guerras y guerras, una vez más, guerras en África, guerras civiles para mayor
atrocidad, guerras genocidas en un continente cuya sangre ya se ha vertido
demasiado. La guerra no es la continuación de la diplomacia por otros medios,
según afirmaba Clausewitz en De la guerra,
claro que él fue militar y eso de matar a otras personas eran poco más que
gajes del oficio. Una guerra es lo más injustificable que puede emprender el
ser humano, sobre todo cuando quienes se aniquilan entre sí son los seres más
menesterosos del planeta Tierra.
Fco. Javier Rodríguez Barranco