Editorial Alhulia
Colección Crisálida, número 209
Año de edición: 2017
288 páginas
PVP: 14 euros
Uno
se adentra en las páginas de este libro, no sin las precauciones básicas que todo
libro de terror requiere, pero entonces descubre que el horror anunciado en el
título se refiere a algo mucho más sutil. Que nadie busque en esta obra
criaturas antediluvianas o apariciones fantasmagóricas, que a mí, la verdad
siempre me han inspirado una enorme ternura. No va por ahí la cosa, desde
luego, puesto que lo que Lola Clavero nos ofrece en esta obra es un horror
mucho más sutil. Es el horror nuestro de cada día. Es el espanto que
descubrimos en las personas con las que nos cruzamos cada día, ateridas de
inquietudes y soledad.
De
alguna manera el pavor que Lola retrata en esta antología de relatos se
relaciona que el milenario horror vacui,
que es un concepto acuñado para referirse a la angustia del pintor ante el
lienzo vacío, lo cual puede aplicarse al estremecimiento del escritor ante la
página por empezar y, por supuesto, al horror cotidiano que preside la vida en
nuestros días. Es la desesperación ante el vacío existencial que preside las
sociedades modernas. Algo que ya anticipó Edvard Munch en su célebre cuadro El grito, finalizado en 1893 y que ya
anticipa todo el desarraigo vital que ha acompañado a la vida del ser humando
durante todo el siglo XX, jalonado por espantosas guerras, deshumanizado en el
arte, como ya desarrolló Ortega y Gasset, y que es extrapolable a nuestros
días. El hombre solo ante su circunstancia, si utilizamos otro símil
orteguiano, desvalido en un mundo que ha perdido sus raíces. Fantasmas del
agobio.
Por
ello, los personajes que traza Lola en El
horror es mío son como espectros devorados por sus propios espectros. Hay
un pasaje en el relato “La segunda muerte de Federico”, que me parece
tremendamente esclarecedor. Se especula en ese cuento sobre la posibilidad de
que Federico García Lorca fuera llevado a Uruguay, donde permanecería escondido
hasta que muriera por “segunda” y definitiva vez en 1953. Pues bien, durante su
encierro tan solo recibe la visita de Dominguito, un niño que le lleva la
comida y algo de conversación. Reflexiona así el chaval ante la imagen de
Lorca: “Lo recuerdo con esa morenez ya empalidecida por el encierro, donde
destacaban sus ojos que habían crecido en profundidad, y el batín de cuadros de
eterno convaleciente del exilio que ya formaba parte de ese modo de estar y no
estar en el mundo”. Pues bien, esa característica comparten todos los
personajes de este libro de Lola: están y no están en el mundo, son como
ectoplasmas de carne y hueso, hologramas que ocupan un espacio a su pesar.
Así,
en la misma página de la cita anterior, pocas líneas más abajo, Federico habla
de sus compañeros de generación con estas palabras: “Ahora solo son sombras
como yo que envejecen de tristeza en cualquier lugar del mundo”. Personas
sombras, arcanos de una humanidad ya desaparecida.
Y
es que, si nos fijamos en los perfiles humanos que dibuja Lola en esta obra,
comprobamos que no son ejemplos desmesurados o extravagantes, sino humanoides
con los que nos cruzamos todos los días en la calle. ¿Quién no ha tenido una
mala experiencia en las maratonianas celebraciones de la Nochevieja, según se
relata en “Resaca de Fin de Año”? ¿Quién no ha mantenido una relación tensa con
su madre, que constituye el tema de “Visita a mamá en el Día de Difuntos”? En
este caso, sobre todo las chicas: los niños nos conformamos con el complejo de
Edipo. Y así podríamos seguir. Pero Lola sabe insuflar a nuestros vecinos de
cada día de una dimensión literaria.
Lola
mira a sus “criaturas” cara a cara. No describe la exégesis de ninguna, pues no
se siente inferior a ellas. Pero tampoco se ceba en desmontarlas bajo el
bisturí de lo grotesco. De hecho, si recordamos la célebre estructura
tripartita de la historia de la literatura según Valle-Inclán, Lola se sitúa en
el plano medio, cuando el autor se identifica con sus personajes y se disuelve
en ellos.
Lola
no es una recién llegada a la literatura. Lola transpira creatividad, que le
viene de su profunda formación académica y de su propio hacer literario, como
columnista de periódico y como narradora infantil y para adultos. Lola lee a
los contemporáneos, pero Lola ha leído a los clásicos, que ya es muchísimo más
de lo que se puede afirmar de todo este aluvión de, digamos, escritores que nos
anega en nuestros días.
Por
ello, cuando Lola estructura El horror es
mío lo hace en seis bloques que hunden sus raíces en lo más granado de la
cultura occidental durante milenios. Observamos así una serie de relatos bajo
la advocación de la literatura, es decir, la fama y su persecución, que ya
señalaron Platón y Jorge Manrique, por ejemplo, como antídotos de la caducidad.
Vienen luego cuentos sobre el paso del tiempo, uno de los grandes tópicos
universales. Continúan los viajes en los que siempre hay un cierto componente
de utopía, el lugar al que nunca se llegará, pequeñas utopías de un fin de
semana o poderosos anhelos de utopías personales. Siguen luego siete cuentos
sobre el amor, donde creo apreciar un cierto influjo de Italo Calvino y sus Amores difíciles, si bien Lola ha
manifestado que se acercarían más a Los
amores ridículos, de Milan Kundera. La muerte constituye el eje del quinto
bloque. Y, por fin, compuesto por un solo relato, pero uno de los mejores para
mi gusto, concretamente “Un revés de la Fortuna”, cierra la antología el bloque
dedicado a la fortuna, una angustia tan ancestral como la lectura del vuelo de
las aves: el hado, el fatum.
De
manera que hemos mencionado la fama, el paso del tiempo, la utopía, el amor, la
muerte y la fortuna como el prisma de seis caras en que se inscribe este libro
de Lola Clavero y si eso es así, no es por casualidad: es porque Lola, ya lo
hemos adelantado, respira literatura.
Lola
goza de un estilo personal y único perfectamente reconocible entre quienes
hemos disfrutado ya de otros libros suyos. Y ese estilo se articula sobre tres
ejes como las patas de un banco que nunca cojea: el afán literario, del que ya
hemos tratado, la ironía y el cúmulo de sugerencias que jalonan sus páginas,
cada uno de los cuales daría para un debate por sí mismo.
Y
si hemos tratado de la voluntad creativa de Lola, enumeremos ahora alguna de
las sugerencias recién mencionadas, salpimentadas por la ironía en no pocas
ocasiones:
Tanto los psicólogos
como los pedagogos suelen ser muy tozudos y no admiten nunca su fracaso.
Resulta paradójico que
todos los que estamos relacionados con el mundo de la lectura leamos tan poco.
Éramos como una
familia bien avenida como hay pocas. La verdad que casi ninguna.
El amor es un ritual
en el que nunca se trata tanto de ganar como de saber perder a favor del otro.
En los viajes te
olvidas de las cosas, te las dejas porque, en el fondo, quieres desprenderte de
ellas. De esas cosas que pertenecen a la persona que dejaste en casa y ya no
eres tú.
Dos mujeres que huyen
de la realidad, de sus treinta y seis años, de sí mismas y se buscan diferentes
en otro contexto, como si pudieran diluir su identidad en el anonimato que
garantiza un país extranjero.
¿por qué en el
interior de cada humano habrá siempre un sótano lleno de cadáveres?
Aunque fuese un
bohemio, le podía el natural de su ascendencia italiana. O sea, era un hippie,
pero un hippie machista.
Nuestro deseo era
igual, pero en ti era virtud y en mí pecado.
Dicen que lo peor que
le puede ocurrir a una persona cuando tiene un sueño es que se cumpla y es
cierto.
Las relaciones
amorosas son un laberinto de sentimientos fallidos.
El deseo es el camino
más corto para encandilar a un hombre, pero el más difícil cuando se busca un
afecto sincero o verdadero.
Siento verdadera
debilidad por los suicidios acuáticos.
Las alegrías extremas
como las tristezas desgarradas me parecen un desorden terrible de las
emociones. Solo me siento feliz en la más apacible tranquilidad, en la rutina.
La tranquilidad es el
mejor de los estados, más que la alegría que desequilibra y da mucha ansiedad.
El éxito es una experiencia
tan agotadora como el fracaso.
La felicidad es la
falta de deseo.
Las cuatro
últimas sugerencias, nada más lejos del verdadero concepto de la vida de Lola,
de ahí la ironía, proceden de “Un revés de la Fortuna”, un cuento del que ya
mencioné que nos brinda muchas opciones, y cuando se habla de que el deseo para
uno es virtud y para otra pecado asistimos a un contraste, por desgracia aún
vigente entre la doble vara de medir las pulsiones sexuales de hombres y
mujeres. Tampoco quiero evitar la ocasión de manifestar mi discrepancia
personal con la idea de que el anonimato que permiten los viajes diluye la
personalidad, pues más bien creo que dicho anonimato en un contexto extraño
favorece que mostremos nuestra identidad sin máscaras, pero esto no es más que
una opinión personal: ya dije que cada sugerencia de Lola se presta a un debate
profundo.
En definitiva,
nos hallamos ante un libro que rezuma literatura, donde el talento de Lola
Clavero ilumina sucesivamente, como si de un foco escénico se tratara, esas
sombras viscosas que componen el devenir humano de nuestros días. Con ironía,
pero también con infinita ternura, Lola permite a cada espectro brillar durante
unas pocas páginas, concediéndole un instante de protagonismo sobre los demás
fantasmas.
Francisco Javier Rodríguez Barranco