Moscú no cree en las lágrimas, ¿recordamos la película soviética de Vladimir
Menshov, ganadora del Oscar a la Mejor película en habla no inglesa en 1980?
Bueno, pues parece que Pekín tampoco, al menos en la China de la Revolución Cultural
de Mao, según presenciamos en Regreso a
casa (2014), de Zhang Yimou. Al fin y al cabo los sentimientos son una
debilidad burguesa. Basurilla. Un ente disoluto y deleznable.
¿Que qué fue la Revolución Cultural
de Mao? Nada tan fácil como volver a ver la ampliamente galardonada ¡Vivir! (1994), del mismo Zhang Yimou,
un director que se ha erigido como azote de los totalitarismos, en general, y del
chino, en particular, cuya relación con la actriz Gong Li, habitual en sus
filmes, tampoco fue del agrado del colectivismo hegeliano. De esta película
mencionaremos sólo el Premio BAFTA a la Mejor película en habla no inglesa y el
Premio del Jurado en Cannes.
Y es así como se nos plantea Regreso a casa: la insignificancia de la
persona en el bucle de la ética maoísta y el esfuerzo baldío de implorar un
mínimo de humanidad.
Pero
cuando se persigue lo inalcanzable se desarrolla la melancolía, o las
enfermedades mentales, si se prefiere un término más clínico, que es
exactamente lo que le sucede a Wanyu, el personaje de Gong Li en el
largometraje de Yimou: el amor de una mujer frente a todo el aparato del
Partido Comunista Chino. No estropeo el final de la película al desvelar lo
anterior, puesto que lo que verdaderamente importa en este filme es comprobar
hasta qué punto la sociedad puede destruir al individuo y las diferentes fases
de esa destrucción es lo que se muestra en esta producción.
En
El amor en los tiempos del cólera, de
Gabriel García Márquez, Florentino Ariza le confiesa a Fermina Daza: “he
esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para repetir una vez más el
juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre”; y ésa es la espera en
que se halla el personaje interpretado por Chen Daoming, Lu Yanshi,
represaliado al desierto del Gobi por cuestiones ideológicas: que su mujer, la
profesora Wanyu, recupere la razón. También, como en la novela del escritor
colombiano recién mencionado, el protagonista masculino escribe infinitud de
cartas, que no llegan a la mujer en su momento.
Otra
novela de García Márquez con la que podemos establecer una relación es El coronel no tiene quien le escriba,
donde el coronel Buendía espera inútilmente una carta del gobierno. En la
película de Yimou, Wanyu no recibe la correspondencia de su marido mientras
todavía conserva la lucidez, y la única carta que le llega, aunque con un
cierto retraso, es la que le anuncia una llegada que para ella será invisible a
pesar de que un mes detrás de otro se dirige a la estación de tren. En El coronel no tiene quien le escriba, la
ansiada carta no llega desde un punto de vista objetivo, en Regreso a casa, el marido no llega desde
un punto de vista psicológico, pero en el fondo es lo mismo: un anhelo
insatisfecho en una sociedad que no da la talla.
En
el Paraíso de los valores absolutos, un poquito de relatividad moral, por
favor, que eso no significa traicionar ideales solidarios ni ser enemigo del
pueblo, ni nada por el estilo. Recordemos, simplemente que la mínima pieza de
todo el entramado social no es la familia, según se ha afirmado reiteradamente,
sino el hombre, y por lo tanto es a la persona a lo que debemos mimar. Para
hacer buenos cestos necesitamos buenos mimbres, según recuerda la sabiduría
popular, y por ello, nunca conseguiremos sociedades sanas sobre las emociones
castradas.
Y no pretendo ser original al
respecto, dado que así lo defendió David Hume, uno de los pilares del empirismo
británico, en el siglo XVIII, cuando comprobó que todavía carecíamos de una
teoría convincente de la ética después de los dos mil años transcurridos desde
Sócrates hasta la centuria de las luces. De ahí que propusiera una ética de las
emociones, es decir, un planteamiento según el cual, lo bueno, lo malo o lo
regular dependía del nivel de rechazo afectivo que nos inspiraran las
diferentes situaciones, lo que equivalía a relativizar los juicios morales y
debería haber constituido una andanada bajo la línea de flotación de las
opiniones cristalizadas. Lamentablemente, en un número demasiado extenso de
sociedades no ha sido así, sino que predominan o han predominado hasta hace muy
poco los fundamentalismos ortodoxos.
¿Qué
hacer ante la sinrazón dominante? La propuesta de Yimou es bastante clara: ante
la barbarie, delicadeza, que es el valor que predomina en Regreso a casa, una exquisita pieza de empatía humana construida
sobre una banda sonora en la que predominan los sencillos acordes de un piano
solo.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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