Quienes fuimos adolescentes durante la década de los
setenta en Alcalá de Henares, experimentamos una sensación muy parecida a la
esbozó Quevedo al inicio de uno de sus sonetos: “Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos, libros juntos”, etc. Sin embargo, cuando comenzaba la
década de los ochenta y, por lo tanto, nos aventurábamos a la veintena,
descubrimos que los veranos de la villa, es decir, Madrid, que sigue siendo
villa, ofrecían una cosa muy interesante: los cines de reestreno.
Es así como pude ver, muchos años después de su estreno, 2001, una odisea del espacio (1968), de
Stanley Kubrick, La Vía Láctea
(1969), de Luis Buñuel, o Muerte en Venecia (1971), de Luchino Visconti.
Sucedía eso cuando todavía existían los cines
independientes. Hoy día, con las salas incrustadas en las Grandes
Superficialidades la cosa ha cambiado bastante, por decirlo de la manera más
suave posible.
Sin embargo, tal y como sucede en la aldea gala de Astérix
y Obélix, todavía queda un resquicio para un arte que es el séptimo por orden
cronológico, según sucede en el cine Albéniz de Málaga, donde mantienen desde
hace tres años un festival de cine denominado La edad de oro, cuyo título ya es
lo suficientemente explícito, existe una película semanal que recupera las
grandes creaciones cinematográficas y los veranos permiten recuperar
producciones inolvidables, como El mundo sigue (1963), de Fernando
Fernan Gómez y Las vacaciones del señor Hulot (1953), de Jacques Tati,
en 2015, y, cuando todavía no nos hemos recuperado del dolor por la muerte de
Emma Cohen, ¡Bruja, más que bruja!
(1976), de Fernando Fernán Gómez, en 2016, una auténtica reelaboración
humorística de los grandes mitos del cine, en particular, o la cultura, en
general, del siglo XX.
Veamos cómo es ésa subversión cómica que tiene lugar en ¡Bruja, más que bruja!. La historia se
plantea desde un primer momento como un triángulo amoroso en un ambiente
manifiestamente rural y lo primero que debemos destacar es que dos de los
grandes dramas campesinos de Lorca, de manera muy destacada Bodas de sangre y Yerma. No alcanzo a descubrir ningún vínculo con La casa de Bernarda Alba, por lo que me
concentraré en lo que sí veo con facilidad. Así, la llamada de la sangre está
constantemente presente en la película de Fernán Gómez, así como una boda de la
que sólo esperar fatales consecuencias. De la misma manera que la desesperación
por la maternidad frustrada está también en este filme, pero el planteamiento
en él se realiza en clave paródica: las pulsiones de la sangre se evocan
mediante los ruidos del apareamiento de dos asnos y para la esterilidad se
busca la ayuda de una bruja farsante, magníficamente interpretada por Mary Santpere.
Otro tópico sobre el que se divierte este filme es el del
bel canto en clave de zarzuela, pues
los momentos en que aparece, que deberían ser con arreglo a los cánones del
género, los de mayor intensidad amorosa, aquí se muestran para ilustrar
situaciones grotescas. La propia aparición del canto sublime en clave
humorística se recuperará luego en otra comedia rural: la inigualable Amanece, que no es poco (1989), de José
Luis Cuerda, donde los campesinos cantan madrigales, con arreglo a la
deformación clásica de la vida bucólica.
Un guiño hay al chasqueo de dedos en West Side Story (1961), de Robert Wise y Jerome Robbins, en un par
de ocasiones, además, sólo que en este caso no son pandilleros de Nueva York,
sino garrulos de aldea en la España más profunda. Podemos considerar, por lo
tanto, que la película norteamericana también es otro de los referentes a
parodiar en ¡Bruja, más que bruja!.
De la misma manera que lo es otro de los grandes tópicos
de la historia del cine: las historias negras o la mujer fatal. Para muestra un
botón y es que en la película española que ahora nos ocupa el seductor/seducido
es un gañán sin ningún tipo de atenuante, papel interpretado por Francisco
Algora. Poco hay de El cartero siempre llama dos veces, cuya primera versión, dirigida por Tay Garnett, es de
1946, por ejemplo, salvo en la idea central: mujer guapa, Emma Cohen en el
filme español, quiere matar a su marido, a quien interpreta Fernando Fernán
Gómez en nuestra película.
El beaterío y, en el polo opuesto, el poder de las
fuerzas ocultas tampoco escapan al escalpelo ridiculizante del largometraje que
nos ocupa precisamente en un momento en el que, por ejemplo, El exorcista (1973), de William
Friedkin, o todas las secuelas de Drácula interpretadas por Christopher Lee
campaban a sus anchas por las pantallas de todo el mundo.El español Paul Naschy también era protagonista habitual en películas del
género oscuro, como La maldición de la bestia (1975), de Miguel Iglesias, o Inquisición
(1976), dirigida por el propio Paul, por citar sólo dos largometrajes de la
época que estamos considerando.
Por todo ello, la vida en el campo de la España de mitad
del siglo XX se muestra en todo su rudeza en cuanto al medio físico en que
transcurre la acción, pero. Pienso, de hecho, que esas condiciones animalescas
de supervivencia son el contraste necesario para que en ¡Bruja, más que bruja! brillen con especial subversión los
elementos cómicos elegidos, es decir, todos los elementos del filme.
Es así que, si comparamos dos películas tan próximas en
el tiempo como Furtivos (1975), de
José Luis Borau, y ¡Bruja, más que bruja!,
ambientadas ambas en lo más sórdido del medio rural, hemos de concluir la
deliciosa broma que constituye el filme de Fenán Gómez frente al naturalismo
feroz de Furtivos. Mencionemos
tan sólo que en esta película Lola Gaos apalea a un perro hasta su muerte, lo
que no fue un efecto escénico, sino que efectivamente sacrificaron un animal.
Pero quiero cerrar esta crítica comentando que, cuando el
panorama, sobre todo literario español había estado dominado por un fuerte
realismo, un largometraje como este de Fernán Gómez significó un soplo de aire
fresco y unas ganas de abrirse a otras cosas. Nada que ver con novelas como Los bravos, De Jesús Fernández Santos, Los clarines del miedo, de Ángel María
de Lera, o Las ratas, de Miguel
Delibes, por no hablar de La familia de
Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Frente a un panorama tan axfisiante
como el recién mencionado, ¡Bruja, más
que bruja! significó un cambio de rumbo, que hallaría luego su más gloriosa
continuación en la ya aludida Amanece,
que no es poco.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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