Contra todo pronóstico, Spotlight (2015), de Thomas McCarthy, ha sido galardonada con el
Oscar a la Mejor película en la edición de 2016 en una gala donde Alejandro González
Iñárritu ha obtenido el galardón al mejor director por segundo año consecutivo,
lo que se une al éxito de Gravity, en
la gala de 2014, del también mexicano Alfonso Cuarón (atención, pregunta: ¿Qué
candidato a presidente de los Estados Unidos ha manifestado reiteradamente que
los mexicanos son unos vagos, unos maleantes y unos inútiles hasta el extremo
de querer levantar un muro de separación entre los dos países y pasar la
factura a México?), porque uno pensaba que la nominación de Spotlight era algo así como una candidatura
de relleno para llegar al cupo mínimo exigido en la ceremonia. Pero, claro, uno
pensaba eso antes de ver la película, puesto que, una vez cumplido este
requisito básico para opinar, opino que se trata de un filme excelente y un
digno merecedor de la estatuilla.
Contra todo pronóstico, Spotlight toca un tema que prácticamente ha pasado desapercibido
durante toda la historia del cine, al menos en Hollywood. Y es curioso que sea
precisamente en la católica Italia donde directores como Fellini o Bertolucci
hayan sido los principales azotes de la crueldad clerical o las connivencias
con los fascismos de la curia vaticana. Pero dentro del mundo anglosajón, que
yo recuerde, tenemos Confesiones verdaderas (1981), de Ulu Grosbard, que aborda la cuestión de las
relaciones de la Iglesia con la mafia, y Las hermans de la Magdalena (2002), de Peter Mullan, producción irlandesa, y La duda (2004), de John Patrick Shanley,
que si bien se inspiran en la realidad, reproducen historias de ficción. En la
filmografía latinoamericana, también dentro de las coordenadas de la ficción
sobre realidades, tenemos la chilena El club (2015), de Pablo Larraín, que trata de pederastia, tráfico de bebés y
apoyo a la dictadura de los sacerdotes. Seguro que hay más, pero muy pocas, en
todo caso, y muy recientes.
Contra todo pronóstico, sin embargo, Spotlight reconstruye hechos reales, como fueron la serie de
artículos que The Boston Globe inició
el Día de la Epifania de 2002 para denunciar los casos de pederastia cometidos
por los sacerdotes bostonianos durante varias décadas. Sin duda por ello, esta
película tiene una textura muy documental, donde los actores son caras que no
forman parte del mundo del famoseo habitual, puesto que lo que esta cinta
pretende es que los posibles protagonismos individuales se disuelvan en la
gravedad de los hechos narrados. Stanley Tucci es un actor con el que los
espectadores españoles están medianamente familiarizados, pero cuando estamos
acostumbrados a verle con una estética de calvo cool, como en comedias ligeras como El diablo viste de Prada (2006), de David Frankel, o en Burlesque (2010), de Steve Antin, en Spotlight aparece bajo una óptica de
abogado desgreñado. Bueno, sí, Michael Keaton también forma parte del reparto
de Spotlight, pero es que hasta Birdman
(2014), de Iñárritu, tan sólo le habíamos visto detrás de la máscara de Batman.
Mark Ruffalo, protagonista asimismo en Spotlight,
tampoco forma parte del elenco habitual de celebrities.
Contra todo pronóstico, Spotlight no se ceba en escenas escabrosas. Digo más: es que no hay
ni una sólo plano con imágenes de violaciones, que hubieran sido perfectamente
lícitas, por otro lado, pero fiel a esa textura documental de que hablaba más
arriba, este filme se construye sobre las diferentes entrevistas que los
periodistas realizaron a las diferentes víctimas, así como a los abogados de
los sacerdotes, así como los debates que tuvieron lugar en la redacción de The Boston Globe. Todo ello intensifica,
a mi modo de ver, el efecto de realidad que se persigue: no hace falta ver lo
que todos sabemos, tan sólo es necesario exponerlo. De la misma manera que en Hijo de Saúl (2015), de László Nemes,
galardonada con el Oscar a la Mejor película en habla no inglesa, no hace falta
enfocar a los soldados alemanes, ni siquiera poner subtítulos a sus palabras:
todos sabemos el trasfondo sobre el que se mueven las imágenes.
Contra todo pronóstico, los héroes de este largometraje,
es decir, los periodistas, no son héroes irreales, inmaculados, omnipotentes,
sino que son héroes con encarnadura humana, que dudan, que tienen debilidades
en ocasiones, e incluso un pasado poco glorioso. Un filme correcto, sobrio, una
peli sin postureo.
Contra todo pronóstico, la sociedad bostoniana sabía y
callaba, incluso se buscaban compensaciones económicas para las víctimas, que
procuraban pingües beneficios a los abogados de los sacerdotes: un tercio de
las compensaciones iba a parar a los bolsillos de los letrados. No es el mismo
caso, desde luego, pero el de los aborígenes en Australia funciona de la misma
manera: se les compensa económicamente por lo que se les ha quitado y se les
deja tirados en la calle, abandonados a su suerte, una destino de alcohol y
violencia, bastante evidente en Alice Springs: la sociedad australiana sabe y
calla. En cuanto a Spotlight, incluso
el tema de los abusos a niños fue enterrado durante más de veinte años por el
propio The Boston Globe hasta que
apareció un nuevo editor que, contra todo pronóstico, era de Miami y además
judío: era necesario el contraste con una mirada nueva y una religión diferente
para que se pusiera en marcha la investigación periodística.
Contra todo pronóstico, en Spotlight no necesitamos saber el final. Si es que ya lo sabemos
desde el principio. Todo lo que se cuenta en esta película apareció en la
prensa a partir del 6 de enero de 2002, como ya hemos señalado, que además fue
domingo, y para quienes no estamos muy acostumbrados a leer la prensa de
Boston, el propio cartel de la película ya anuncia de qué va y remite a unos
hechos concretos. No cabe hablar de spoiler cuando desde el primer momento se
sabe el final. Por eso, Spotlight se
disfruta por lo que se ve en cada fotograma, sin que nos agobie la angustia de
saber quién es el asesino. Se trata de una película en que cada escena se
disfruta por sí misma.
Contra todo pronóstico, la Iglesia Católica que se supone
que nació por el mandamiento nuevo del amor, ha degenerado hasta cobijar la
mayor atrocidad que puede cometer el ser humano: destruir la infancia. En Spotlight se cuenta que muchos de los
niños que tuvieron que pasar por esas prácticas repugnantes se suicidaron y los
que no lo hicieron, no lo superaron jamás. Pero la Iglesia Católica consiguió
ocultar una verdad sangrante con total frialdad. Una actitud propia de mentes
muy crueles. Se calcula que un 6% de los sacerdotes de Boston cometieron dichos
abusos y lo que Spotlight denuncia no
son los casos de manzanas prohibidas, sino todo un sistema que ha destruido la
vida de muchos miles de niños con total impunidad. La Iglesia Católica nació bajo las intrigas quirinales de la Roma imperial y ahí sigue. Una Iglesia que cosifica la
vida, que ignora el dolor humano.
Contra todo pronóstico escribo esta reseña con las
vísceras y no con el cerebro, según suele ser lo habitual.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
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