jueves, 11 de diciembre de 2014

HORIZONTES LEJANOS EN "MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA"




            Creo que no descubro nada nuevo si afirmo el enorme componente autodestructivo que ha presidido toda la filmografía de Woody Allen. El escepticismo ante la vida, ante el ser humano, ante los valores universalmente consagrados ha sido denominador común de sus películas. Sin embargo a partir de Maridos y mujeres, exclusive, se observa una actitud nueva en la obra del cineasta neoyorquino. Misterioso asesinato en Manhattan fue la siguiente película y no fue en su momento suficientemente bien considerada. Algunas etiquetas peyorativas, como frivolidad pesaron sobre ella, cuando yo creo que probablemente sea una de las producciones con guion más elaborado de Mr. Allen. Misterioso asesinato, en todo caso, constituye un punto de inflexión hacia una actitud que ya se plasma en Balas sobre Broadway y se consagra en Poderosa Afrodita, es decir, la vindicación de la sencillez como bálsamo a todo este despropósito que denominamos vida. Ni en Balas ni en Afrodita podemos concluir la comedia angustiosa a la que habíamos asistido en prácticamente todas los filmes anteriores de Woody.

   En Todos dicen “I Love You” se atreve a salir de sus coordenadas habituales para asomarse a otros géneros, es decir, la comedia musical, a su manera, pero con toques de comedia musical, y otro contexto, es decir, Venecia, en lugar de su venerada Manhattan. Suceden a Todos algunas comedias que quizá no sea necesario mencionar explícitamente y que es probable que constituyan algo así como una gimnasia mental, un entrenamiento creativo en espera de mejores momentos de inspiración. Pero con Match Point, que fue la primera película de la trilogía londinense, se consolida algo que luego ha sido habitual: el escapismo de su circunstancia. Puede que el inicio de esa trilogía en la capital de la Gran Bretaña obedeciera a cuestiones de financiación para sus películas, no lo sé. El caso es que desde entonces asistimos a una voluntad de distancia física, de distancia vital, por lo tanto, con respecto a las cuestiones más dolorosas de la existencia. Otra perspectiva. Tras esas películas en Londres vino, en síntesis no exhaustiva, Vicky, Cristina, Barcelona, rodada a caballo entre esta ciudad y Asturias, que tan bien había acogido a Woody con motivo del Premio Príncipe de Asturias. París es el gran protagonista en Midnight in Paris, donde el escapismo de la realidad no sólo es espacial, también temporal, pues el protagonista de repente se ve en medio de la vorágine del París de los años veinte y de todo su magma cultural. Roma, en A Roma con amor. Y San Francisco, y no Manhattan, es la ciudad donde sucede todo en Blue Jasmin.

 
Pues bien, hallamos todo un glosario de lugares y referencias geográficas en  Magia a la luz de la luna: la acción se inicia en Berlín, el mago protagonista, Stanley, magníficamente interpretado por Colin Firth, es de Londres, la médium es de un pueblo de nombre exótico del Estado de Michigan (¿habrá algo menos woodyallenesco que un pueblo de nombre exótico en el estado de Michigan?), la acción transcurre en el sur de Francia, la Provenza, hay un proyecto de luna de miel a las islas griegas y los Mares del Sur, concretamente a Bora Bora. Al mundo hispánico sólo se alude en las Islas Galápagos, si bien como evocación de Darwin, pero, bueno, no se puede tener de todo. Lo importante es que este largometraje se erige en una especie de panacea geográfica, de donde se infiere la voluntad universal que guía al director tras cuyas gafas con montura de pasta se oculta la fiereza de un tigre de Bengala en su concepción.

            No es la primera vez que Woody apela a la magia como sostén de sus filmes, puesto que así lo hizo de manera explícita, por ejemplo, en  La maldición del escorpión de jade o en Scoop. Comunicación con los muertos hay también en esta película, así como en Encontrarás al hombre de tu vida. Por lo que Allen utiliza junto con un espacio nuevo para su obra un elemento que le ha resultado muy grato en sus últimas producciones, lo que no me parece que sea casual, puesto que, en efecto, el afán de trascender, o al menos de huir de la realidad ha presidido la actitud de gran parte de los creadores desde que el ser humano es el ser humano. Es la búsqueda de la región ideal, como asegura Fernando Aínsa en gran parte de sus ensayos y de manera meridianamente clara en Necesidad de la utopía, que puede movilizar a las comunidades en sentido literal de la palabra “movimiento” en grandes dinámicas de emigración, o a las personas en la búsqueda de cada Ítaca individual, bien mediante la “huida” física, bien mediante la evasión alcohólica o psicotrópica, según es de sobra conocido. Muy destacable es el caso de los poetas hispánicos del Modernismo que intentaron superar la ramplonería de la estética realista refugiándose en una especie de exotismo versallesco.

            Y eso es precisamente lo que pretende Woody Allen en Magia a la luz de la luna: cambiar de lugar, de lugares en este caso, puesto que ya hemos comentado la disparidad de posibilidades geográficas de esta película, pero sobre todo desbancar el desasosiego vital, racional, filosófico (las referencias a Nietsche son constantes) mediante la subversión a otras realidades posibles, menos lacerantes, menos angustiosas. No me parece casual, por ello, que en la película se aluda a que el primer contacto de Stanley con la magia fuera el escapismo tipo Houdini, sólo que hemos de entender ese escapismo como una metáfora de huida existencial.

            Tampoco me parece casual que la acción de la obra se sitúe precisamente en el año 1928, cuando todavía era posible deleitarse con los pequeños placeres cotidianos, una banda de hot jazz, o las veleidades metafísicas médiums farsantes. Es cierto que en la Europa de la época era muy frecuente ese tipo de veladas místicas, o pseudomísticas, o paranormales, o pseudoparanormales. Luego, en 1929, sin ir más lejos llegaría la Gran Depresión y en la década de los treinta la República de Weimar y los grandes fascismos en general. Pero si ese mundo de lo irreal, en unas coordenadas que no son las suyas, en un momento histórico que nada tiene que ver con su experiencia vital atrajo a Woody fue porque en todo ese entramado encuentra el escenario ideal para aliviar el sufrimiento moral.

            O algo tan sencillo como el amor. Ya hemos mencionado la exegesis de la sencillez en Balas sobre Broadway y Poderosa Afrodita, cabría añadir una vez más sin pretender ser exhaustivo, que en El sueño de Casandra las simpatías del realizador son para el hermano más simple, de manera muy similar a como sucede entre las hermanas tan disímiles (no son hermanas de sangre) en Blue Jasmin. En Si la cosa funciona el alegato a favor del dejarse llevar es muy evidente: go with the flow, se dice en Norteamérica, ve con la corriente. Disfrutar sin pensar. Simplemente disfrutar sin pensar. Sin intentar encontrarle un sentido a la felicidad o al deleite. Y eso es precisamente a lo que asistimos en la película que estamos comentando: aceptación de intrascendencia, siempre y cuando constituya un bálsamo para el humano devenir y sin rayar en la estupidez, por supuesto, como la estulticia manifiesta del pretendiente oficial de la vidente, pongamos por caso.


Apología del amor, por muy desgastado que se nos antoje, pero manteniendo los grandes temas del cineasta que nos ocupa, que no renuncia a ninguno de ellos, pero que su manera de abordarlos ahora es muy diferente de los tonos desesperanzados que han  marcado hitos en gran número de sus obras. Sencillez, pero no superficialidad. Sencillez del amor que se intuye en los ojos y la sonrisa de Eileen Atkins, en su papel de médium. Arrumbamiento de herr Friedrich. Amor a la luz de la luna, en definitiva, por muy manido que pueda parecer. Y por ello, nuestro director firma en Magia un final totalmente impensable hace 20 años y que yo, por supuesto, no voy a desvelar ahora.


¿Recordamos el inicio de Annie Hall? Se trata de un chiste, que realmente constituye una parábola. Dice así:

            —En este restaurante la comida es una bazofia.

            —Sí, y además las raciones son muy pequeñas.

            Es decir, la vida es un completo sinsentido y aún así nos parece corta, lo cual no parece muy alentador.

            Sin embargo, de un tiempo a esta parte, de modo implícito, Woody ha modificado su actitud. Ese mismo chiste, por ejemplo, hoy día se reescribe como sigue:

            —En este restaurante la comida es una bazofia.

            —Sí, pero algunas raciones merecen la pena.

            Lo cual es mucho más balsámico.

            Pero para ello hace falta un alejamiento: distancia física de su “ecosistema” habitual, como metáfora de la distancia moral del agobio consustancial a este pequeño gran hombre. “Irritante liliputiense” espeta Colin Firth a Eileen Atkins en Magia a la luz de la luna. Pequeños grandes placeres.

Lo verdaderamente importante es que Woody Allen ha dejado de autodestruirse.


Francisco Javier Rodríguez Barranco

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