domingo, 14 de diciembre de 2014

EL NUEVO TANGO EN PARÍS EN “EL TIEMPO DE LOS AMANTES”

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            “Ni siquiera sé cómo te llamas” –inquiere Alix al final de El tiempo de los amantes, de Jérôme Bonnell- (cito de memoria) “Doug”, responde él. “¿Doug?”. “Douglas”. Lo que necesariamente ha de recordarnos el final de El último tango en París, de Bernardo Bertolucci. El planteamiento general de ambas películas guarda también una cierta similitud, pues en los dos filmes un encuentro fortuito desemboca en un deseo sexual y la acción transcurre en París, pero en mi opinión, hay una diferencia esencial, que probablemente apunte a un cambio de tendencia en el cine, al menos en el cine europeo, y es el de la subordinación de la trama a la profundización en la psicología de los personajes.

            En el largometraje de Bonell, efectivamente, el argumento se puede resumir en un par de líneas y los diálogos, con ser muy pulcros, tampoco resultan especialmente complejos. De Ibsen, por ejemplo, que es un autor que se representa en la película, apenas que se dice que es un noruego muerto, cuando su obra, que es un teatro de ideas, según es de sobra conocido, se presta a todo tipo de controversias filosóficas. La situación económica mundial, por recordar otro ejemplo, se resuelve en una brevísima conversación a nivel barra de bar y con un cierto tratamiento humorístico. De hecho, hay muchas escenas sin conversaciones tremendamente elocuentes, como el encuentro inicial de los protagonistas.

No son, pues, ni la acción ni los diálogos lo que interesa en El tiempo de los amantes, sino la humanidad de los personajes, de los que sin duda el mejor retratado es Alix, interpretada con maestría por Emmanuelle Devos, de quien recientemente ha llegado a las pantallas españolas Violette. Alix es una mujer de 43 años, la simplicidad de cuya madre se deja entrever en el filme, que mantiene una pésima relación con su hermana, a quien cabría calificar como una triunfadora desde un punto de vista convencional de la palabra. Alix malvive como actriz de reparto en una compañía de teatro de provincias, tiene que soportar castings patéticos para papeles ridículos, apenas le queda dinero para tomar un café y mantiene una decepcionante relación con Antoine, con quien apenas puede hablar a través del contestador automático del teléfono. En definitiva, Alix es una perdedora desde el punto de vista convencional de la palabra. Un ser vivo errático carente de afecto.

Por su parte, Doug, interpretado por Gabriel Byrne, que tiene un papel en El puente de San Luis, parcialmente rodada en Málaga, tampoco parece demasiado satisfecho con su existencia: padre de cuatro hijos, profesor de literatura, es decir, espectador de la literatura, próximo ya a la jubilación, y mantiene una relación con Lucy, si bien está enamorado desde sus años universitarios de la única mujer de su grupo en la Sorbona que realmente ejerció de escritora: Patricia.

 Ése es el entramado anímico en que se desarrolla el largometraje que estamos comentando, todo ello en un París, del que no se muestran sus highlights habituales, sino calles más o menos bohemias y un puente sobre el Sena, puesto que no es esto lo que interesa y me parece un acierto del director: lo verdaderamente importante en esta producción, insisto, es la situación personal de los dos protagonistas, sin que ningún ornamento externo nos distraiga de ese objetivo. El tiempo de los amantes no son Los puentes de Madison y con toda seguridad la introspección psicológica en el filme de Benoll es muy superior a la de Clint Eastwood, siendo éste como es un cineasta de culto en muchos otros proyectos.


Pero no quiero finalizar este comentario sin mencionar otra referencia de El tiempo de los amantes, como es Marie-Jo y sus dos amores, de Robert Guédiguian en el año 2001, puesto que en ambas películas se plantean situaciones en la mitad de la vida de la mujer, quien ha de decidir entre dos hombres: el oficial y el vivificante; y aunque esto es una situación tópica en el Séptimo Arte, en las artes en general, en ambas películas se muestra con parecidas intensidad y delicadeza. Muy meritorio me parece en la de Guédiguian que constituya una reconstrucción en el sur de Francia y por lo tanto muy próximo a Italia de unos de los mayores iconos de la literatura universal: la Divina Comedia, de Dante Alighieri. Beatrice situada entre su esposo y su amor eterno. Marie-Jo situada entre su marido y el ilusionante amor. De hecho, el filme de Guédiguian se inicia con una cita literal de los primeros versos del grandioso poema del Dante.

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