“Ni siquiera sé cómo te llamas” –inquiere Alix al final
de El tiempo de los amantes, de Jérôme
Bonnell- (cito de memoria) “Doug”, responde él. “¿Doug?”. “Douglas”.
Lo que necesariamente ha de recordarnos el final de El último tango en París, de Bernardo Bertolucci. El planteamiento
general de ambas películas guarda también una cierta similitud, pues en los dos
filmes un encuentro fortuito desemboca en un deseo sexual y la acción
transcurre en París, pero en mi opinión, hay una diferencia esencial, que
probablemente apunte a un cambio de tendencia en el cine, al menos en el cine
europeo, y es el de la subordinación de la trama a la profundización en la psicología
de los personajes.
En el largometraje de Bonell, efectivamente, el argumento
se puede resumir en un par de líneas y los diálogos, con ser muy pulcros,
tampoco resultan especialmente complejos. De Ibsen, por ejemplo, que es un autor
que se representa en la película, apenas que se dice que es un noruego muerto,
cuando su obra, que es un teatro de ideas, según es de sobra conocido, se
presta a todo tipo de controversias filosóficas. La situación económica mundial,
por recordar otro ejemplo, se resuelve en una brevísima conversación a nivel
barra de bar y con un cierto tratamiento humorístico. De hecho, hay muchas
escenas sin conversaciones tremendamente elocuentes, como el encuentro inicial
de los protagonistas.
No
son, pues, ni la acción ni los diálogos lo que interesa en El tiempo de los amantes, sino la humanidad de los personajes, de
los que sin duda el mejor retratado es Alix, interpretada con maestría por
Emmanuelle Devos, de quien recientemente ha llegado a las pantallas españolas Violette. Alix es una mujer de 43 años,
la simplicidad de cuya madre se deja entrever en el filme, que mantiene una
pésima relación con su hermana, a quien cabría calificar como una triunfadora
desde un punto de vista convencional de la palabra. Alix malvive como actriz de
reparto en una compañía de teatro de provincias, tiene que soportar castings patéticos para papeles
ridículos, apenas le queda dinero para tomar un café y mantiene una decepcionante
relación con Antoine, con quien apenas puede hablar a través del contestador
automático del teléfono. En definitiva, Alix es una perdedora desde el punto de
vista convencional de la palabra. Un ser vivo errático carente de afecto.
Por
su parte, Doug, interpretado por Gabriel Byrne, que tiene un papel en El puente de San Luis, parcialmente
rodada en Málaga, tampoco parece demasiado satisfecho con su existencia: padre
de cuatro hijos, profesor de literatura, es decir, espectador de la literatura,
próximo ya a la jubilación, y mantiene una relación con Lucy, si bien está enamorado
desde sus años universitarios de la única mujer de su grupo en la Sorbona que
realmente ejerció de escritora: Patricia.
Ése
es el entramado anímico en que se desarrolla el largometraje que estamos
comentando, todo ello en un París, del que no se muestran sus highlights habituales, sino calles más o
menos bohemias y un puente sobre el Sena, puesto que no es esto lo que interesa
y me parece un acierto del director: lo verdaderamente importante en esta
producción, insisto, es la situación personal de los dos protagonistas, sin que
ningún ornamento externo nos distraiga de ese objetivo. El tiempo de los amantes no son Los
puentes de Madison y con toda seguridad la introspección psicológica en el
filme de Benoll es muy superior a la de Clint Eastwood, siendo éste como es un
cineasta de culto en muchos otros proyectos.
Pero
no quiero finalizar este comentario sin mencionar otra referencia de El tiempo de los amantes, como es Marie-Jo y sus dos amores, de Robert
Guédiguian en el año 2001, puesto que en ambas películas se plantean
situaciones en la mitad de la vida de la mujer, quien ha de decidir entre dos
hombres: el oficial y el vivificante; y aunque esto es una situación tópica en
el Séptimo Arte, en las artes en general, en ambas películas se muestra con
parecidas intensidad y delicadeza. Muy meritorio me parece en la de Guédiguian
que constituya una reconstrucción en el sur de Francia y por lo tanto muy
próximo a Italia de unos de los mayores iconos de la literatura universal: la Divina Comedia, de Dante Alighieri.
Beatrice situada entre su esposo y su amor eterno. Marie-Jo situada entre su
marido y el ilusionante amor. De hecho, el filme de Guédiguian se inicia con
una cita literal de los primeros versos del grandioso poema del Dante.
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