Realmente son muy pocas
las películas canadienses que he tenido ocasión de ver en España. De hecho sólo
recuerdo tres: Cuando cae la noche
(1995), de Patricia Rozema, que obtuvo el Premio del público en el Festival de
Berlín, Profesor Lazhar (2001), de Philippe
Falardeau, ampliamente premiada dentro y fuera de Canadá, y Mommy (2014), del jovencísimo Xavier
Dolan y que también ha sido galardonada con importantísimos premios en los
festivales más prestigiosos. Como curiosidad comentaré que la primera de estas
producciones está rodada en inglés, mientras que las otras dos lo están en
francés. También como curiosidad, comentaré que Xavier Dolan aparece
reiteradamente en los créditos de su película, incluido el diseño de vestuario.
Lo verdaderamente importante a mi modo de entender estas
películas es que las tres plantean el mismo conflicto de fondo, es decir, las
emociones castradas en una sociedad muy restrictiva afectivamente, lo que no
deja de ser una notable contradicción siendo Canadá uno de los países paladines
de la libertad y los derechos sociales. No es de extrañar a ese respecto, por
ejemplo, que uno de los lugares donde se han celebrado las negociaciones para desbloquear
las relaciones diplomáticas entre Cuba y USA es precisamente Canadá. Sin
embargo, a juzgar por lo que se ve en la filmografía en las películas de este
país que triunfan internacionalmente y cruzan el Atlántico, a nivel personal la
situación es bastante más represiva, con todo lo que eso implica.
En efecto, Cuando
cae la noche nos plantea una relación entre una trapecista con rasgos
étnicos africanos y una profesora estándar en un colegio de moral estrictamente
conservadora y de la que se espera un matrimonio estándar con un compañero de
la misma escuela y, en definitiva, una vida estándar. Para ser del todo exacto,
lo que el filme de Rozema muestra es la fractura social que un amor lésbico
como el recién aludido significa en una comunidad poco proclive al vuelo libre
de los sentimientos y la libertad sexual. Me consta que Canadá es uno de los
pocos países del globo donde se han legalizado los matrimonios homosexuales,
pero tenemos que situarnos en esos sectores tan reaccionarios, poderosos
reductos medievales con olor a sotanas alcanforadas plenamente vigentes en las
sociedades occidentales, así como en el momento en que se rodó este
largometraje, 1995, ocho años antes de que se aprobaran en el 10 de junio de
2003 los matrimonios homosexuales en la provincia de Ontario, que es donde
tiene lugar la acción de este filme, siendo así que ésa fue la primera
aprobación en Canadá (la más tardía fue la de la provincia de Nuevo Brunswick,
el 23 de junio de 2005).
En alguna ocasión he oído comentar que los niños en Canadá no juegan ya en los parques ni en las calles por temor a un secuestro, y bueno, todos hemos sido niños, algunos hemos sido padres, y sabemos de sobra la importancia del aire libre para la infancia. Ahora mismo, por lo que tengo entendido, el lugar habitual de juegos de los niños en este país norteamericano es el interior de las casas, por lo que los juegos no son realmente juegos, sino videojuegos con esa sensación de vidas virtuales que ese ocio mecánico genera. Pues bien, muy puede ser ése el contexto en que se sitúa la acción de Profesor Lazhar, con todas las reminiscencias evangélicas que este nombre evoca, dado que en el filme de Falardeau el drama se desencadena por la actitud ultraproteccionista de los centros docentes canadienses, donde existe tolerancia cero (palabras textuales) al contacto con los alumnos y yo considero la pederastia como uno de los crímenes más atroces de la humanidad, pero la carencia de abrazos, o una simple palmada afectiva, deshumaniza las relaciones. Pongámonos, pues, en el caso de Lazhar, argelino que ha solicitado asilo político en Canadá, puesto que toda su familia ha sido brutalmente asesinada y él está amenazado de muerte, y se encuentra que en el colegio donde empieza a trabajar el principal problema es que no se puede tocar a los niños para nada. Y hasta tal punto es un trauma, que la película se inicia con una profesora que se suicida por ahorcamiento en un aula porque ha sido acusada de agarrar a un niño.
En cuanto a Mommy,
me parece otro magnífico ejemplo de lo que comentaba en la reseña sobre El tiempo de los amantes: una trama que
se subordina al diseño de los perfiles psicológicos de los personajes, y casi
casi que se anula. Dice así la sinopsis oficial de este largometraje: “En una
Canadá ficticia, se aprueba una ley que permite que los padres angustiados
abandonen a sus hijos enfermos en el hospital. Sin embargo, Diane “Die”
Despres, una valerosa viuda, decide educar ella misma a su hijo Steve, que
padece ADHD. Kyla, una misteriosa vecina, les ofrece su ayuda. La relación con
esta misteriosa mujer se hace cada vez más estrecha y surgen preguntas sobre el
misterio de su vida”. Y eso es todo. Cinco líneas de trama argumental, que
podrían reducirse a tres y media si tenemos en cuenta que los últimos puntos
son un poco engañosos y ayudan poco a conocer la verdadera esencia de Mommy, dado que realmente no existe tal
misterio en cuanto a la vida de Kyla, ni es eso lo que se plantea en la
película de Dolan.
Todas las secuencias que articulan esta película están
presididas por la idea de construir los personajes, o, para ser más exactos,
plasmar en escenas las disfunciones físicas y psicológicas que los muñones de
cariño que se reproducen en esta historia imponen a cada uno de sus
integrantes. Plasticidad de caracteres. Padecimientos encadenados.
Por lo tanto, no es ésta una película de suspense y
apelar a esta opción es una estrategia de marketing,
que genera en el espectador unas expectativas erróneas, pero que no se ve
defraudado, puesto que el verdadero sentido de Mommy es la castración emocional de que vengo hablando en esta
reseña, siendo así que ADHD es el Trastorno por Déficit de
Atención con Hiperactividad. Lo esencial en la producción de Dolan es el
contexto social en que se desarrolla su problema: una sociedad que considera
que el amor no es suficiente para resolver estas situaciones; una sociedad que
estigmatiza a quienes más afecto necesitan, hasta el punto de recluirles en
hospitales psiquiátricos.
El problema de Steve se desencadena cuando pierde a su
padre y partir de ahí se enfrenta a los monstruos de su propia enfermedad, con
numerosos episodios de violencia, indefinición sexual, complejo de Edipo, etc.
Por muy manido que pueda parecer, lo que Steve necesita es amor.
Pero también está Kyla, profesora de Secundaria, que ha
perdido el uso normal de la palabra por la insatisfacción propia de un
matrimonio sin alicientes. Pero Kyla deja de tartamudear cuando empieza a
ocuparse de Steve y de su educación. Por muy manido que pueda parecer, lo que
Kyla necesita es dar un sentido a su vida.
Y tenemos, por fin, a Diane, que firme Die, que ya
sabemos lo que significa en inglés, aunque la lengua de la película es
ferozmente francesa, pero por algún lado ha de salir el bilingüismo canadiense.
Diane, la madre, es una superviviente, bastante poco convencional y
desinhibida, para ser del todo preciso. No se trata de una viuda desconsolada,
sino de una persona que se echa la vida a la espalda y tira para adelante como
puede utilizando sus armas de mujer, que por cierto nada tienen que ver con las
de la magnífica película de Mike Nichols (Working
Girls), recientemente desaparecido. Incluso se atreve a traducir libros
infantiles, cuando a duras penas conoce su propia lengua. Una madre a su
manera, no especialmente exquisita, pero todo un milagro de calor entre tanta
frialdad.
Para concluir, me gustaría comentar que Mommy está rodada en 1:1, lo que
significa un formato cuadrado, aunque en ocasión se estrecha y otras se
ensancha hasta casi conseguir el cinemascope, lo cual corresponde a los
momentos más oscuros y más luminosos, respectivamente, del filme, lamentablemente
muy escasos estos últimos. En palabras del propio Dolan, ese modo de grabar
corresponde a su deseo de narrar con la mayor sencillez posible, en unas
proporciones que son las habituales de las carátulas de los CDs, cuando la
música es esencial en esta película, y en último extremo a las particulares
preferencias de André Turpin, el director de fotografía.
Francisco
Javier Rodríguez Barranco