domingo, 20 de marzo de 2022

TRES SON MULTITUD EN 'DÚO'

 


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Foto rueda de prensa: Violeta Rodríguez Fernández

          Bueno, multitud, multitud, lo que se dice multitud, quizá no, pero el tercer personaje de Dúo (2022), de Meritxell Colell, es realmente un personaje colectivo, pues para ello la directora barcelonesa se desplaza a unos remotos parajes del noroeste de Argentina, en la provincia de Jujuy, completamente insertos en la cordillera andina, donde habita una comunidad aimara en una minúscula localidad olvidada de todos.


          En cuanto a la trayectoria cinematográfica de Meritxell, constituye Dúo su segundo largometraje de ficción, después de Con el viento (2018), pues Transoceánicas (2020) es un documental, pero resulta esencial destacar que esta joven cineasta mantiene en Dúo el espíritu de Con el viento, sin ser una secuela, por supuesto, pero sí se aprecia una continuación estética, que así ha sido destacado por la propia directora en diferentes entrevistas. Y repite protagonismo Mónica García, quien en realidad procede del mundo de la danza, pero ha encontrado en Colell la realizadora adecuada para dar el paso a la actuación fílmica. Ambas películas han participado en la sección oficial Zonazine del Festival de Málaga, en 2018 y 2022, respectivamente. De hecho, escribo esta reseña justo después de haber asistido a su proyección en el certamen de la Costa del Sol y posterior rueda de prensa. 


         La trama en sí consiste en un dúo de actores que deciden emprender una gira por los Andes para intentar encontrar un sentido a sus propias vidas y a la relación de pareja que mantienen.

          Así las cosas, hay cuatro circunstancias que funcionan como cimientos de este filme y que, de manera curiosa, en lengua española empiezan por la letra s: soledad, silencio, sombras y sueños; animado todo ello por un afán de profundidad psicológica de los personajes, que realizan esa gira artística por un entorno desolado como reflejo de su propio mundo interior. De ahí que la parte factual de la película sea realmente escasa, pues cada secuencia sirve para apuntalar el alma de los personajes, sobre todo el de Mónica, que es, sin duda, el que más atención recibe en esta cinta de Colell.

          Sin embargo, según anunciábamos al inicio de esta reseña, hay un tercer personaje que es la comunidad aimara que vive en esas remotas regiones donde se rodó el filme y que interacciona con la pareja protagonista de Dúo con total naturalidad, en intervenciones que unas veces buscó el guion, pero otras fueron espontáneas y quedaron recogidas en la grabación de la película.

          Y todo eso es así, porque dicha comunidad aimara vive su propia utopía en un no-lugar, valga la redundancia, inaccesible para el resto de los hombres, lo cual viene a ser una condición sine qua non para cualquier impulso utópico que pretenda establecerse, de lo cual el cine nos ha regalado algunos ejemplos magníficos, como El bosque (2004), de Night Shyamalan, o la española Julie (2016), de Alba González de Molina.


          Tomás Moro situó su utopía en una isla y esas cosas no suceden así por casualidad, sino que la región física por excelencia para el paraíso es la isla, como puede colegirse de ejemplos tomados de la ficción, tanto como de la realidad, pues, además de Moro, la acción de La ciudad del Sol, de Campanella, se sitúa en una isla; a Sancho le mueve la consecución de una ínsula, Barataria; en una isla, Sicilia, fracasó dos veces el quimérico sistema político ideado por Platón, etc.; porque es absolutamente imprescindible mantener la pureza adánica y en ese aspecto una porción de tierra aislada por el mar es de bastante ayuda.

Los indígenas del Estado de Chiapas en México necesitaron una revuelta zapatista a mediados de la década de los noventa del siglo pasado para que sus usos y costumbres fueran reconocidos, dado que su territorio había sido “contaminado” por elementos ajenos a su modo de vida y fue necesario acudir a las armas para recuperarlos. Pero la comunidad indígena que nos muestra Colell en Dúo simplemente mantiene su pureza primigenia, no porque sea un lugar absolutamente inaccesible, sino porque nadie está interesado en acceder a él.


          Cabe observar, con todo, que el carácter de insularidad puede alcanzarse incluso cuando no nos estamos refiriendo a la isla en el sentido literal de la palabra, sino a regiones “insularizadas”, como pueden ser la cumbre de la montaña, el desierto o una casa, siempre que garanticen un espacio moralmente inmaculado. En definitiva, lo que el pensamiento utópico persigue es la disociación entre el espacio real donde el hombre se siente alienado y el espacio deseado, apto para una Arcadia, y eso es algo que transmite sin fisuras este magnífico filme de Meritxell Colell.

          Se trata, por lo tanto, de un largometraje que se mueve en ese difuso territorio donde se solapan la realidad y la creación: ficción documental o docudrama, si se prefiere, que enlaza con la estética de Colell consistente en reflejar la realidad en sus películas mediante una dinámica donde los personajes no van a la cámara, sino justo a la inversa: la cámara va a los actores.

          Y hasta tal punto fueron así las cosas, es decir, hasta tal punto la película es como una misma piel de la realidad, que el equipo técnico se hallaba a medio rodaje cuando les llegó la noticia de que Argentina se confinaba en seis días por el coronavirus, lo cual obligó a simplificar los planes de grabación, si bien luego el proceso de montaje fue lento y el resultado final resultó quizá mejorado, según reconoció Colell en la rueda de prensa posterior a la proyección de este largometraje en Festival de Málaga de 2022.




          Por último, la fotografía juega un papel fundamental en esta película, como suele suceder desde que se inventó el cinematógrafo a finales del siglo XIX, pero la singularidad en este caso deviene de tres aspectos fundamentales: captar la pureza del aire y la magia chamánica de los colores; mostrar el modo de vida de la comunidad aimara en esos remotos parajes andinos; y servir de soporte a las meditaciones de la protagonista, siendo así que, para mejor lograr este fin, el largometraje que nos ocupa se grabó en Súper 8 y formato 1:1 en esos momentos reflexivos, frente al formato horizontal, sin llegar al cinemascope, del resto de la película.

Así, decíamos al principio que Dúo es una continuación espiritual de Con el viento y, en efecto, da la impresión de que Colell ha querido fotografiar el viento: no los efectos del viento sobre los objetos o los árboles, por ejemplo, sino el viento en sí.

Fco. Javier Rodríguez Barranco


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