Foto rueda de prensa: Violeta Rodríguez Fernández
Bueno, multitud, multitud, lo que se dice multitud, quizá
no, pero el tercer personaje de Dúo
(2022), de Meritxell Colell, es realmente un personaje colectivo, pues para
ello la directora barcelonesa se desplaza a unos remotos parajes del noroeste
de Argentina, en la provincia de Jujuy, completamente insertos en la cordillera
andina, donde habita una comunidad aimara en una minúscula localidad olvidada
de todos.
Así las cosas, hay cuatro circunstancias que funcionan como
cimientos de este filme y que, de manera curiosa, en lengua española empiezan por
la letra s: soledad, silencio,
sombras y sueños; animado todo ello por un afán de profundidad psicológica de
los personajes, que realizan esa gira artística por un entorno desolado como
reflejo de su propio mundo interior. De ahí que la parte factual de la película
sea realmente escasa, pues cada secuencia sirve para apuntalar el alma de los
personajes, sobre todo el de Mónica, que es, sin duda, el que más atención recibe
en esta cinta de Colell.
Y todo eso es así, porque dicha comunidad aimara vive su propia utopía en un no-lugar, valga la redundancia, inaccesible para el resto de los hombres, lo cual viene a ser una condición sine qua non para cualquier impulso utópico que pretenda establecerse, de lo cual el cine nos ha regalado algunos ejemplos magníficos, como El bosque (2004), de Night Shyamalan, o la española Julie (2016), de Alba González de Molina.
Los
indígenas del Estado de Chiapas en México necesitaron una revuelta zapatista a
mediados de la década de los noventa del siglo pasado para que sus usos y
costumbres fueran reconocidos, dado que su territorio había sido “contaminado”
por elementos ajenos a su modo de vida y fue necesario acudir a las armas para
recuperarlos. Pero la comunidad indígena que nos muestra Colell en Dúo simplemente mantiene su pureza
primigenia, no porque sea un lugar absolutamente inaccesible, sino porque nadie
está interesado en acceder a él.
Se trata, por lo tanto, de un largometraje que se mueve en
ese difuso territorio donde se solapan la realidad y la creación: ficción
documental o docudrama, si se prefiere, que enlaza con la estética de Colell
consistente en reflejar la realidad en sus películas mediante una dinámica
donde los personajes no van a la cámara, sino justo a la inversa: la cámara va
a los actores.
Y hasta tal punto fueron así las cosas, es decir, hasta tal
punto la película es como una misma piel de la realidad, que el equipo técnico
se hallaba a medio rodaje cuando les llegó la noticia de que Argentina se
confinaba en seis días por el coronavirus, lo cual obligó a simplificar los
planes de grabación, si bien luego el proceso de montaje fue lento y el
resultado final resultó quizá mejorado, según reconoció Colell en la rueda de
prensa posterior a la proyección de este largometraje en Festival de Málaga de
2022.
Por último, la fotografía juega un papel fundamental en
esta película, como suele suceder desde que se inventó el cinematógrafo a
finales del siglo XIX, pero la singularidad en este caso deviene de tres
aspectos fundamentales: captar la pureza del aire y la magia chamánica de los
colores; mostrar el modo de vida de la comunidad aimara en esos remotos parajes
andinos; y servir de soporte a las meditaciones de la protagonista, siendo así que,
para mejor lograr este fin, el largometraje que nos ocupa se grabó en Súper 8 y
formato 1:1 en esos momentos reflexivos, frente al formato horizontal, sin
llegar al cinemascope, del resto de la película.
Así,
decíamos al principio que Dúo es una
continuación espiritual de Con el viento
y, en efecto, da la impresión de que Colell ha querido fotografiar el viento:
no los efectos del viento sobre los objetos o los árboles, por ejemplo, sino el
viento en sí.
Fco. Javier Rodríguez Barranco
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