¿Qué tienen en común un astronauta jubilado en la Costa
del Sol, un camionero en un atasco a las cuatro de la tarde a diez kilómetros
de Málaga, o una anciana en su lecho de muerte en Torrox? Podríamos decir que
un día de verano junto al Mediterráneo.
Eso es precisamente lo que ha dibujado Mª Teresa Morillas
en su libro Ultraligeros, publicado por la editorial Recrea, justo para
celebrar la llegada del solsticio de verano en 2009: perfiles de aire, en terminos de Cernuda, quizá el más cargado de
sensibilidad dentro de una generación, la del 27, que iba bastante bien
despachadita en cuestiones de creatividad.
Los siete cuentos que componen Ultraligeros, de Mª Teresa, más un “Prospecto” diseñan las
semblanzas interiores de una serie de personajes en determinadas horas de un
día de estío, en diferentes contextos, pero todos ellos arropados por esa
sensación de la vida que se hace aire en el verano. La tierra que se eleva
ingrávida ante nuestros ojos.
El verano es como una isla en nuestras vidas, al menos en
las vidas de las personas que vivimos en latitudes donde se aprecia el cambio
de estaciones y eso es lo que nos trae Morillas en su libro: fragmentos de
islas, que es uno de los motivos melancólicos por excelencia desde que al
hombre le dio por ser artista, repartidos además en siete momentos, siendo así
que el siete es el número mágico de Saturno, el señor de la melancolía, la pena
negra, en los albores de la civilización occidental, es decir, el clasicismo
grecorromano.
Saturno
es Crono en griego, lo que le convierte en el dios del tiempo, que devora a sus
hijos, es decir, los mortales que estamos hechos de tiempo, según señaló Borges
en "Conversaciones de Jorge L. Borges con Osvaldo Ferrari" aparecidas
en 1984 en el periódico Tiempo Argentino: “el tiempo es más real que
nosotros —afirmaba el genial escritor argentino—. Ahora, también podría decirse
y eso lo he dicho muchas veces que nuestra sustancia es el tiempo, que
estamos hechos de tiempo”.
Y lo que Mª Teresa acomete en su libro es la descomunal
tarea de convertir las acciones en impulso anímico, como las piedras que se
diluyen en vapor en el titulado “Playa”, que transcurre en el corazón de la
canícula, y muy evidente en el denominado “Soy”, situado a las 11:00 am. donde
una mujer que espera que le confirmen un crédito en el banco, fantasea con esta
idea cuando es preguntada por su identidad, cito sólo unas pocas frases: “Soy
la que tritura piedras con sus pestañas y camina, percusión en los pies, ritmo
en la zancada. Avanzo estimulada por tambores imposibles en presencia de mis
oídos atentos a lo que lo viento traiga”.
O el deseo sexual en “Siesta”, que
transcurre a 05:00 pm: “es la hora de guardar licenciaturas, diplomas y
billetes de metro y ser una mujer que un mediodía de siesta y sopor recoge
zarzamoras porque sus pies desnudos la llevan, sus pies la llevan, sus pies…”.
Palabras como labios, parafraseando a otro de los grandes
del 27, Vicente Aleixandre, ideas como versos, relatos como poemas, porque ésta
es otra clave de acercamiento a Ultraligeros:
disfrutar cada sintagma por el mero hecho de que ese sintagma u otra frase está
ahí, sin necesidad de aguardar a una sorpresa final, aunque el final de cada
cuento viene arropado con su propia carga de intensidad, pero realmente
¿estropeamos un relato, aunque no voy a decir cuál, si reproduzco íntegramente
el final: “Sé que alguna de esas hebras luminosas ha podido llegar hasta tu
corazón, infiltrándose amorosamente entre los pliegues del miocardio. Pero
sabes, no me la devuelvas. El hilo de la vida es muy frágil y es mi manifiesto
deseo que tú las atesores y mantengas a salvo de todo. Incluso de mí misma”.
Cada imagen, cada oración, cada tenue esguince narrativo
está ahí porque ahí tiene que estar, para disfrutar del camino y no del
destino, según aconseja un viejo y sabio proverbio oriental. No se trata de
conocer el desenlace para comenzar el deleite, valga la paradoja, sino de
disfrutar todas y cada una de las sugerencias contenidas en este libro, porque
cada situación de las relatadas en él es como una atalaya a la que se sube la
autora para mejor ofrecernos lo inasible estético, la levedad de la belleza.
Francisco Javier Rodríguez Barranco