Título:
La verdad incompleta
Autor:
Francisco Javier Rodríguez Barranco
Género:
Policial
Editorial:
Entrelíneas Editores
Año:
2019
Páginas:
91
Precio: 12 euros
Un viaje siempre es iniciático, pese a que ya seamos
duchos en el arte de viajar. Da igual su distancia, duración o vicisitudes
intrínsecas; cuando la devoción o la obligación nos llaman a dejar nuestra
ciudad para ir a otro punto cualquiera de la geografía, uno siempre se enfrenta
a lo que un cursi llamaría hoy en día una ventana de oportunidades y yo, que me
abstengo de caer en cursilerías aunque no siempre es fácil, denomino
posibilidad de cambio. Estaban Garrido, protagonista de esta novela de
Francisco Javier Rodríguez Barranco, La
verdad incompleta (premiada en el I Premio Corcel Negro, Entrelineas
Editores), habrá de viajar a Madrid desde su Cádiz natal para tratar de
recomponer el puzle planteado por la repentina muerte del director de cine
Antonio Corominas.
Tratará así de ayudar al juez Ortuño, paisano y amigo.
Esteban, aficionado al té con yerbabuena e investigador eventual, tiene algo
que muchos de los que rodean al magistrado carecen: un sexto sentido policial,
una inteligencia propia de aquellas mentes que, enfrentadas a cualquier tipo de
enigma, son capaces de tejer lo sucedido, incluso teniendo ante sí el crimen
perfecto, con apenas una serie de datos recabados a partir de visitas a
diferentes escenarios, conversaciones más menos fortuitas o impresiones.
Así pues, La verdad
incompleta es una novela policial o negra, como quieran, porque en esto de
la literatura policíaca lo de menos es el adjetivo. Hemos de alejarnos aquí de
la eterna diatriba entre el hard boiled
o novela criminal tal y como la conocemos hoy en día y las narraciones enigma,
aquellas que se plantean como un juego intelectual para una mente brillante
que, poco a poco, acaba desenvolviendo, sin sufrir mácula alguna, el más
retorcidos de los delitos. Luego, el hard
boiled introduciría otras claves como la crítica de la sociedad
capitalista, la fascinación por los bajos fondos, el peculiar sentido de los
protagonistas y una ética no siempre políticamente correcta que tanto espanta
en nuestros días.
Debo permitirme señalar que, en el fondo de esta páginas,
late Cádiz y el olor a salitre impregna todas y cada una de las páginas de la
novela, aunque se narre en Madrid, un acierto más de un narrador que no es
precisamente novel y que, además de escribir, edita, por lo que la pirueta
mortal que teje en estas páginas es aún más loable por ello.
Se trata de un texto notablemente verborreico, pues
nuestro investigador, un jubilado de los astilleros de la Bazán, no sólo se
afana en resolver el aparente crimen de Corominas y otras muertes que el
vendrán a la zaga, sino que con toda una bóveda narrativa trufada de
reflexiones personales, traza un fresco impresionista de la vida cotidiana,
resolviendo el delito que haya que resolver con la sencillez de una mente
brillante que nunca se ha dado importancia y que, además de en ese terreno
pantanoso y oscuro que a veces nos ofrece la realidad aunque nunca queramos
mirarlo de frente, chapotea como puede en la existencia del día a día, se
enamora, disecciona las relaciones laborales, observa con pasión cómo se
construyen barcos o relata con asombrosa precisión la maquinaria interna que
determina que un ser humano decida delinquir.
Esteban Garrido es un Séneca, uno
de esos jubilados que han visto pasar la vida entera frente a sí y que han
sobrevivido con la curiosidad intacta y el afán insuperable de seguir siendo
útiles, a todos los años que han conformado sus propios pasos.
Es una novela, en principio, más enigma que policíaca,
que brinda un bello homenaje no sólo a aquellos textos que inaugura el Auguste
Dupin de Allan Poe y que retomaron con brillantez Conan Doyle o la propia
Agatha Christie, sino que también está bien construida, eficazmente resuelta y
que se aleja de lo epidérmico, con todo lo bueno que eso tiene en literatura,
porque los contadores de historias si algo han de evitar es, precisamente, la
ligereza en sus diagnósticos.
Los personajes, seres que se agitan al borde del
precipicio sin perder nunca la sonrisa, están trazados con gran hondura y los
diálogos tienden a buscar ese complicado equilibrio entre el humor y la
ternura, algo que el autor consigue con solvencia. Tierno es el amor maduro que
encontrará a Garrido, tierna es su humanidad a la hora de aproximarse al caso
que le ocupe y tierna es su relación de amistad con el juez Ortuño, con quien
compartió infancia en la Viña.
Francisco Javier Rodríguez, como saben, dirige el sello
malagueño Ediciones Azimut, una casa editorial que ha florecido en la capital
al albur del boom literario que se ha
dado en esta ciudad en los últimos años. Y, además de haber obtenido multitud
de premios literarios y menciones, es autor de novelas, libros de relatos,
recopilaciones de críticas de cine y de varios libros de viajes, así como de
artículos de diferente naturaleza en diversas publicaciones, además de haber
realizado alguna exposición fotográfica.
Quien lo conozca, quien lo siga en las redes sociales, sabrá
de su afición al viaje como forma de vida, la hondura de sus aproximaciones
etnográficas sobre las realidades que conoce y de su prosa potente y acogedora
que, en esta ocasión nos brinda una magnífica novela corta que nos propone un
viaje a Madrid desde nuestra querida Cádiz a través de los ojos de un tipo como
cualquiera de nosotros.
José Antonio Sau
Martín
Periodista y escritor