lunes, 7 de mayo de 2018

RESEÑA de EL HORROR ES MÍO (CUENTOS DE HUMOR Y PAVOR), de LOLA CLAVERO



Editorial Alhulia
Colección Crisálida, número 209
Año de edición: 2017
288 páginas
PVP: 14 euros

                Uno se adentra en las páginas de este libro, no sin las precauciones básicas que todo libro de terror requiere, pero entonces descubre que el horror anunciado en el título se refiere a algo mucho más sutil. Que nadie busque en esta obra criaturas antediluvianas o apariciones fantasmagóricas, que a mí, la verdad siempre me han inspirado una enorme ternura. No va por ahí la cosa, desde luego, puesto que lo que Lola Clavero nos ofrece en esta obra es un horror mucho más sutil. Es el horror nuestro de cada día. Es el espanto que descubrimos en las personas con las que nos cruzamos cada día, ateridas de inquietudes y soledad.

               De alguna manera el pavor que Lola retrata en esta antología de relatos se relaciona que el milenario horror vacui, que es un concepto acuñado para referirse a la angustia del pintor ante el lienzo vacío, lo cual puede aplicarse al estremecimiento del escritor ante la página por empezar y, por supuesto, al horror cotidiano que preside la vida en nuestros días. Es la desesperación ante el vacío existencial que preside las sociedades modernas. Algo que ya anticipó Edvard Munch en su célebre cuadro El grito, finalizado en 1893 y que ya anticipa todo el desarraigo vital que ha acompañado a la vida del ser humando durante todo el siglo XX, jalonado por espantosas guerras, deshumanizado en el arte, como ya desarrolló Ortega y Gasset, y que es extrapolable a nuestros días. El hombre solo ante su circunstancia, si utilizamos otro símil orteguiano, desvalido en un mundo que ha perdido sus raíces. Fantasmas del agobio.

                Por ello, los personajes que traza Lola en El horror es mío son como espectros devorados por sus propios espectros. Hay un pasaje en el relato “La segunda muerte de Federico”, que me parece tremendamente esclarecedor. Se especula en ese cuento sobre la posibilidad de que Federico García Lorca fuera llevado a Uruguay, donde permanecería escondido hasta que muriera por “segunda” y definitiva vez en 1953. Pues bien, durante su encierro tan solo recibe la visita de Dominguito, un niño que le lleva la comida y algo de conversación. Reflexiona así el chaval ante la imagen de Lorca: “Lo recuerdo con esa morenez ya empalidecida por el encierro, donde destacaban sus ojos que habían crecido en profundidad, y el batín de cuadros de eterno convaleciente del exilio que ya formaba parte de ese modo de estar y no estar en el mundo”. Pues bien, esa característica comparten todos los personajes de este libro de Lola: están y no están en el mundo, son como ectoplasmas de carne y hueso, hologramas que ocupan un espacio a su pesar.
                Así, en la misma página de la cita anterior, pocas líneas más abajo, Federico habla de sus compañeros de generación con estas palabras: “Ahora solo son sombras como yo que envejecen de tristeza en cualquier lugar del mundo”. Personas sombras, arcanos de una humanidad ya desaparecida.
          
      Y es que, si nos fijamos en los perfiles humanos que dibuja Lola en esta obra, comprobamos que no son ejemplos desmesurados o extravagantes, sino humanoides con los que nos cruzamos todos los días en la calle. ¿Quién no ha tenido una mala experiencia en las maratonianas celebraciones de la Nochevieja, según se relata en “Resaca de Fin de Año”? ¿Quién no ha mantenido una relación tensa con su madre, que constituye el tema de “Visita a mamá en el Día de Difuntos”? En este caso, sobre todo las chicas: los niños nos conformamos con el complejo de Edipo. Y así podríamos seguir. Pero Lola sabe insuflar a nuestros vecinos de cada día de una dimensión literaria.

                Lola mira a sus “criaturas” cara a cara. No describe la exégesis de ninguna, pues no se siente inferior a ellas. Pero tampoco se ceba en desmontarlas bajo el bisturí de lo grotesco. De hecho, si recordamos la célebre estructura tripartita de la historia de la literatura según Valle-Inclán, Lola se sitúa en el plano medio, cuando el autor se identifica con sus personajes y se disuelve en ellos.

               Lola no es una recién llegada a la literatura. Lola transpira creatividad, que le viene de su profunda formación académica y de su propio hacer literario, como columnista de periódico y como narradora infantil y para adultos. Lola lee a los contemporáneos, pero Lola ha leído a los clásicos, que ya es muchísimo más de lo que se puede afirmar de todo este aluvión de, digamos, escritores que nos anega en nuestros días.

                Por ello, cuando Lola estructura El horror es mío lo hace en seis bloques que hunden sus raíces en lo más granado de la cultura occidental durante milenios. Observamos así una serie de relatos bajo la advocación de la literatura, es decir, la fama y su persecución, que ya señalaron Platón y Jorge Manrique, por ejemplo, como antídotos de la caducidad. Vienen luego cuentos sobre el paso del tiempo, uno de los grandes tópicos universales. Continúan los viajes en los que siempre hay un cierto componente de utopía, el lugar al que nunca se llegará, pequeñas utopías de un fin de semana o poderosos anhelos de utopías personales. Siguen luego siete cuentos sobre el amor, donde creo apreciar un cierto influjo de Italo Calvino y sus Amores difíciles, si bien Lola ha manifestado que se acercarían más a Los amores ridículos, de Milan Kundera. La muerte constituye el eje del quinto bloque. Y, por fin, compuesto por un solo relato, pero uno de los mejores para mi gusto, concretamente “Un revés de la Fortuna”, cierra la antología el bloque dedicado a la fortuna, una angustia tan ancestral como la lectura del vuelo de las aves: el hado, el fatum.
  
              De manera que hemos mencionado la fama, el paso del tiempo, la utopía, el amor, la muerte y la fortuna como el prisma de seis caras en que se inscribe este libro de Lola Clavero y si eso es así, no es por casualidad: es porque Lola, ya lo hemos adelantado, respira literatura.

                Lola goza de un estilo personal y único perfectamente reconocible entre quienes hemos disfrutado ya de otros libros suyos. Y ese estilo se articula sobre tres ejes como las patas de un banco que nunca cojea: el afán literario, del que ya hemos tratado, la ironía y el cúmulo de sugerencias que jalonan sus páginas, cada uno de los cuales daría para un debate por sí mismo.
                Y si hemos tratado de la voluntad creativa de Lola, enumeremos ahora alguna de las sugerencias recién mencionadas, salpimentadas por la ironía en no pocas ocasiones:

Tanto los psicólogos como los pedagogos suelen ser muy tozudos y no admiten nunca su fracaso.

Resulta paradójico que todos los que estamos relacionados con el mundo de la lectura leamos tan poco.

Éramos como una familia bien avenida como hay pocas. La verdad que casi ninguna.

El amor es un ritual en el que nunca se trata tanto de ganar como de saber perder a favor del otro.

En los viajes te olvidas de las cosas, te las dejas porque, en el fondo, quieres desprenderte de ellas. De esas cosas que pertenecen a la persona que dejaste en casa y ya no eres tú.

Dos mujeres que huyen de la realidad, de sus treinta y seis años, de sí mismas y se buscan diferentes en otro contexto, como si pudieran diluir su identidad en el anonimato que garantiza un país extranjero.

¿por qué en el interior de cada humano habrá siempre un sótano lleno de cadáveres?

Aunque fuese un bohemio, le podía el natural de su ascendencia italiana. O sea, era un hippie, pero un hippie machista.

Nuestro deseo era igual, pero en ti era virtud y en mí pecado.

Dicen que lo peor que le puede ocurrir a una persona cuando tiene un sueño es que se cumpla y es cierto.

Las relaciones amorosas son un laberinto de sentimientos fallidos.

El deseo es el camino más corto para encandilar a un hombre, pero el más difícil cuando se busca un afecto sincero o verdadero.

Siento verdadera debilidad por los suicidios acuáticos.

Las alegrías extremas como las tristezas desgarradas me parecen un desorden terrible de las emociones. Solo me siento feliz en la más apacible tranquilidad, en la rutina.

La tranquilidad es el mejor de los estados, más que la alegría que desequilibra y da mucha ansiedad.

El éxito es una experiencia tan agotadora como el fracaso.

La felicidad es la falta de deseo.

Las cuatro últimas sugerencias, nada más lejos del verdadero concepto de la vida de Lola, de ahí la ironía, proceden de “Un revés de la Fortuna”, un cuento del que ya mencioné que nos brinda muchas opciones, y cuando se habla de que el deseo para uno es virtud y para otra pecado asistimos a un contraste, por desgracia aún vigente entre la doble vara de medir las pulsiones sexuales de hombres y mujeres. Tampoco quiero evitar la ocasión de manifestar mi discrepancia personal con la idea de que el anonimato que permiten los viajes diluye la personalidad, pues más bien creo que dicho anonimato en un contexto extraño favorece que mostremos nuestra identidad sin máscaras, pero esto no es más que una opinión personal: ya dije que cada sugerencia de Lola se presta a un debate profundo.



En definitiva, nos hallamos ante un libro que rezuma literatura, donde el talento de Lola Clavero ilumina sucesivamente, como si de un foco escénico se tratara, esas sombras viscosas que componen el devenir humano de nuestros días. Con ironía, pero también con infinita ternura, Lola permite a cada espectro brillar durante unas pocas páginas, concediéndole un instante de protagonismo sobre los demás fantasmas.

Francisco Javier Rodríguez Barranco