Cuando uno lee a Dostoyevski
siente que está en una posición como de adoración al autor. Decía Valle-Inclán
que la Historia de la Literatura se componía de tres grandes etapas: uno en el
que el escritor miraba al personaje de rodillas, sintiéndose insignificante
ante las proezas narradas: éste era el momento de la épica y de los grandes
cantares de gesta de Homero, Virgilio o los anónimos escritores, probablemente
juglares, del Poema de Mio Cid. El
siguiente gran momento de la literatura correspondería a los Siglos de Oro en
el que el autor miraba a los personajes cara a cara, sabiendo que compartía con
ellos grandezas y miserias: no de otro modo cabe entender las obras de
Shakespeare y Cervantes. Por fin, el tercer gran hito del mundo de las letras
sería aquel en que el escritor miraba a sus personajes de arriba hacia abajo,
como si fuera un titiritero moviendo sus muñecos o un bululú. El autor sería
consciente de lo grotesco de los humanos afanes y se desternillaría con ello:
éste sería el gran tiempo de los esperpentos y una fase de la literatura cuya
invención se atribuía el propio Valle. Pero es que cuando uno lee a
Dostoyevski, se siente como de rodillas ante la grandeza del escritor. Algo hay
de las Comedias bárbaras, de don
Ramón, en Los hermanos Karamazov, de
Fiodor, si bien esta obra es anterior a la española, pero no es éste el momento
de detenernos en esas consideraciones.
El caso es que Dostoyevski
fue nihilista, se acercó al Círculo de Petraschevski y estuvo a punto de ser
ejecutado a la edad de 28 años. En el último momento se le conmutó la pena
capital por cuatro años de trabajo forzados en Siberia, que por aquella época
no figuraba en los programas de las empresas mayoristas de viajes y creo que
ahora tampoco. Y nihilistas hay en El gran Lebowski (1998), lo que nos permite otras opciones de interpretación
para una película de culto de los hermanos Coen, valga la redundancia: no sólo
Dostoyevski inspira adoración.
Para comprender el cine de
los Coen no tenemos más remedio que buscar referencias literarias, en sentido
estricto, o culturales, en sentido amplio. Repasemos algunos de sus grandes
filmes: la rocambolesca fuga de un penal en O Brother, Where Art Thou? (2000) no es otra cosa que una reinterpretación de
la Odisea y para mayor claridad la
producción de los Coen se inicia con una cita del primer verso del gigantesco
poema de Homero: inolvidable John Goodman en su papel de tuerto, es decir, de
cíclope ; el amor imposible de un abogado de divorcios con la parte contraria,
es decir, la mujer de su defendido, en Crueldad intolerable (2003) es una plasmación modernizada y en clave de comedia de
la tragedia Romeo y Julieta, de
Shakespeare.
The Ladykillers (2004)
es un remake de El quinteto de la muerte
(1955), de Alexander Mackendrick, pero también un homenaje a Edgar Allan Poe; No es país para viejos (2007), basada en la
novela de Cormac McArthy, son fragmentos de apocalipsis; el patético
personajillo en Un tipo serio
(2009) no es otra cosa que una versión agridulce de la tortura kafkiana y el
bíblico Libro de Job; y, entre otras
referencias que sin duda se me escapan, True Grit, basada en la novela de Charles Portis, es algo más que una película
del Oeste: es una representación de la Santísima Trinidad: Padre (Jeff Bridges,
que además tiene sólo un ojo, según es habitual en las imágenes de dios en el
mundo cristiano), Hijo (Matt Damon, a quien hacen pasasr a una pasión los
forajidos) y Espíritu Santo (la niña interpretada por Hailee Steinfeld).
También tenemos en True Grit, o Valor de Ley en la traducción española
del título, a los pecadores, personificados por Tom Chaney, el personaje a que
da vida Josh Brolin, pero no quiero extenderme más en estas consideraciones.
Pues bien, El gran Lebowski, anterior a todas las
arriba mencioandas, está arropado por el entramado filosófico materialista que
caracterizó a gran parte del siglo XIX, sobre todo a su segunda mitad, y que
todavía sigue vivo en sectores muy importantes de las sociedades
contemporáneas. Que vamos a ver, que yo no pretendo derribar la lectura literal
de esta película, un argumento que la ha convertido en uno de los grandes
iconos del freakismo, pero si un
largometraje se inicia con la voz en off
de una madeja rodante de espinos en el desierto de California, que además se
erige en la voz narrativa de los acontecimientos, necesariamente hemos de
pensar en algo que vaya más allá de lo que las escenas en sentido estricto nos
muestran.
Desde luego, como digo, no
figura entre mis intenciones el derribar las sugerencias que los hechos en sí
han despertado y siguen vivos entre los clubes de adoradores de esta película,
pero creo que hay algo más. Creo que las diferentes acciones que se suceden en El gran Lebowski obedecen a esa voluntad
tan coeniana de vincular sus filmes con los grandes momentos del pensamiento o
de la creación.
Porque, vamos a ver, ¿a
quién nos recuerda la estética de Jeff Bridges en su papel del Lebowski Nota?
Obviamente a Carlos Marx, cuyo antagonista, el desencadenante de toda la trama
es el Lebowski Capital. De hecho, en el primer encuentro que mantienen ambos, el
Capital le dice al Nota: “Tu revolución ha terminado”, siendo así que en la
elegía que Friedrich Engels dedicó a Marx le consideró como la encarnación del
espíritu revolucionario. El desprecio, en las palabras y en las acciones, del
Nota al capital también me parece muy elocuente. Por ello, en la primera escena
le vemos firmando un talón de 0,69 dólares en un supermercado por un cartón de
leche, que ya se ha medio bebido, vestido con albornoz y gayumbos, lo que me
parece una burla ingeniosa del sistema. Nada que ver con el prêt-a-pòrter.
Con todo, conviene que nos
situemos en lo que los hermanos Coen pretenden, puesto que no se
trata de trasladar estrictamente a las pantallas de finales del siglo XX la
efervescencia ideológica de la segunda mitad del XIX. No se trata de una
adaptación a nuestros días de las vicisitudes filosóficas y vitales de los
grandes pensadores decimonónicos. Lo que estos cineastas acometen en este
filme, así como en gran parte de su producción, según hemos enumerado más arriba,
es una fantasía inspirada en grandes obras, corrientes de pensamiento o
personajes que han significado algo así como puntos de inflexión en la Historia
de la Humanidad.
Pongamos un ejemplo de todo punto esclarecedor, pues en determinado momento, en la bolera donde se sucede gran
parte del filme, como si de la Acrópolis ateniense se tratara, se suscita una
confusión explicita entre John Lennon y Vladimir Ilich Uliánov, alias Lenin,
cuando el Nota afirma que si buscas a la persona que se beneficia de algo,
entonces descubrirás quién ha causado una situación. Lenin-Lennon: tampoco
estuvieron tan lejos ideológicamente.
De manera que, los Coen se
inspiran muy libremente en el caldo de cultivo que constituyeron las filosofías
positivistas para desarrollar su película y si Marx estuvo acompañado durante
toda su andadura socialista por Engels, el Nota lo está por Walter Sobchack,
interpretado por John Goodman. Pelo corto y barba larga muestra Engels en las
fotografías que se conservan de él, pelo a cepillo y barba corta Walter en el
filme. Eternos descontentos ambos, partidarios también de la acción directa
contra las injusticias cotidianas. Alemanes fueron Marx y Engels, alemanes son
los nihilistas de El gran Lebowski, y
alemanes son los sueños eróticos del Nota, que se pueblan de algo tan nibelungo
y tan wagneriano como las walkirias.
Demasiadas coincidencias se
me antojan como para ignorar la proyección filosófica de la película que nos
ocupa, recreación libre de las ideas que bulleron en la Europa del XIX.
Podemos seguir
con las referencias culturales que sostienen esta producción, puesto
que no podemos ignorar la raíz judía del comunismo. Recordemos simplemente que
tanto Marx como Engels eran judíos y que Walter en El gran Lebowski profesa de manera radical esa fe hasta el punto de
observar rigurosamente el descanso de los sábados, que tan sólo puede vulnerar
en casos de vida o muerte.
El Nota y Walter forman
equipo de bolos junto a Donny, constantemente inseguro incluso de las cuestiones
más obvias. Pues bien, ¿quién fue el gran compañero de pensamiento de Marx y
Engels? Hegel, cuyo bucle dialéctico, tesis más antítesis nos da una síntesis,
muy bien puede haber sido parodiado por los Coen en la fragilidad mental de
Donny.
Debemos aludir asimismo al crack de la bolera, al superhombre del torneo, interpretado por John Turturro, que funciona a caballo entre
Zaratustra y el vértigo de situarse más allá del bien y del mal, todo lo cual
ha de recordarnos a Nietzsche. No en vano se llama Jesus y viene
aureolado por una de las más repugnantes perversiones sexuales: la pederastia;
lo cual enlaza con el Anticristo, que
es el título y el tema de otro de los libros del controvertido filósofo alemán:
“Sin música, la vida sería un error” es una de las citas más amables de esa
obra y la música, precisamente el “Hotel California”, de los Eagles en la
versión libérrima de los Gipsy Kings, es quien preside la escena cuando Jesus
derriba de manera infalible todos los bolos en su turno de juego. Esa canción,
además, constituye algo así como la columna vertebral de los temas de la
película de Ethan y Joel Coen: coguionistas, Ethan productor, Joel director.
Sin olvidar que la estética de Turturro es bastante mefistofélica: si es que al
anticristo Jesus sólo le falta coserse el nombre boca abajo en la camisa.
¿Por qué esa canción en
concreto fue la elegida como eje de la banda sonora? Pues quizá porque todo
transcurre en Los Ángeles, es decir, en el estado del oso sereno, bucólico. Quizá
porque se quiso ofrecer una imagen de California como metáfora del mundo. Quizá
porque esa versión en concreto, con marcados destellos flamencos, simboliza la
fusión de las dos grandes corrientes culturales en el estado cuyo lema es “Eureka”, extensible a todo el sur de los
Estados Unidos: la anglosajona y la hispana. Quizá nada más que porque les
gusta a tan creativos hermanos. O quizá un poco por todo lo anterior.
Ya hemos mencionado a los
nihilistas, que en la película de los Coen aparecen ataviados con estética
ninja, y podemos aludir también a otros movimientos ideológicos importantes de
finales del siglo XIX o principios del XX, como fueron las mujeres sufragistas
que se plasman en la libertad artística y vital de Maude, interpretada por
Julianne Moore, e incluso creo apreciar un guiño a Freud y el psicoanálisis en
la estética fálica de Jackie Treehorn, productor de películas pornográficas,
interpretado por Ben Gazzara. Un nombre totalmente intencionado, puesto que “tree” en inglés singifica ‘árbol’,
mientras que “to be horny” es una manera coloquial en Norteamérica para decir
‘estoy calentorro’ o ‘tengo una erección’.
No encuentro referencia
alguna en El gran Lebowski a la
encíclica Rerum novarum, de León
XIII, pero quizá es que no he sabido verlo, como sin duda se me habrán escapado
otras muchas opciones y referencias a lo que ha sido la cuna ideológica de la
sociedad actual, recreada de manera libérrima por los Coen.
Ah, bueno, sí, un detalle
más cabe añadir al análisis de ese grandioso filme, pero éste ya de ámbito
general, que he mencionado de pasada en los párrafos anteriores, y es que de la
misma manera que los griegos tuvieron una Acrópolis para inventar la democracia
y los gimnasios para debatirla; los romanos, el Foro; los árabes, los baños,
auténticos centros sociales y de poder de la época; y, en fin, en el té de las
cinco en la sociedad victoriana, o los castizos casinos hispánicos en la
península; los Coen han cometido la osadía de trasladar el epicentro de su
diálogo trascendental a una bolera, muy populares todavía a finales del siglo
pasado, prácticamente desaparecidas en la actualidad, y bien que lo siento.
Como una piedra rodante, es
la imagen existencial de Bob Dylan. Como una bola rodante, la de los Coen. La
vida gira como esa bola y derriba bolos con aspecto antropomorfo.
Por todo ello, considero que
El gran Lebowski es la manera
personal y cotidiana que eligieron Ethan y Joel Coen para configurar en
nuestros días lo que fue el nacimiento de las sociedades occidentales tal como
las entendemos hoy.
Francisco Javier Rodríguez Barranco