viernes, 31 de mayo de 2024

EL LADO ESPIRITUAL DEL ISLAM EN 'UNE PORTE SUR LE CIEL'


 

Pincha aquí para tráiler

Tarifa, 31 de mayo de 2024

 

Tal y como hemos señalado con anterioridad, la 21 edición del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) está dedicado a la mujer, lo cual incluye una sección retrospectiva de pioneras en el cine de nuestro continente próximo denominada Cine afrofemenista a la luz de las pioneras (des)conocidas.


Por tal motivo, se ha incluido Une porte sur le ciel (1989), de la directora hispanomarroquí Farida Benlyazid, y una película dedicada a Fatima al Fihri, quien fundó en el año 859 la que hoy está considerada como la primera universidad en la historia. Se trata de la Universidad de Al-Qarawiyyin, en Fez, todavía en funcionamiento. De hecho, la acción de Une porte sur le ciel está ambientada en dicha ciudad magrebí.

De Benlyazid, que ha sido miembro del jurado en esta edición del FCAT, podemos decir que ha desarrollado una importante carrera  como guionista y que durante varias décadas ha sido el único nombre femenino entre las cineastas marroquís.

Si nos centramos en Une porte sur le ciel, hemos de comentar que desarrolla la historia de una joven marroquí, nacida en Marruecos, pero establecida en Francia desde la infancia que regresa al país alauita a causa de la grave enfermedad que padece su padre. Fascinada por un modo de vida que creía olvidado (de hecho, su primera aparición en pantalla es bajo la estética de una hippy), decide quedarse en su país de origen, donde poco a poco va adentrándose en una religión que la cautiva por su espiritualidad.



De esa manera, el filme de Benlyazid desarrolla una relación de la mujer con el islam totalmente apartada de los tópicos y pretende establecer una diferencia radical entre el esqueleto sin sustancia en que han desembocado las enseñanzas del Mahoma y los verdaderos preceptos del Corán, donde la mujer no recibe un trato discriminatorio ni mucho menos denigrante.


Esta película se desarrolla en un espacio privativo para mujeres, lo que podíamos considerar como el harén de un hogar musulmán, sin que ese espacio se degrade mediante las connotaciones próximas a la esclavitud con que es evocado en las sociedades no musulmanas: el espacio específico para las mujeres es el espacio específico para las mujeres, un lugar casi sagrado, y no un lugar de reclusión obligatoria.

Bajo esa premisa, lo que Une porte sur le ciel transmite es una intensa sensación de espiritualidad, según venimos defendiendo en estas líneas, que se construye sobre dos ejes de coordenadas, como son la pureza y la poesía, cuya interacción se resuelve necesariamente en belleza, que es el principal ingrediente de este largometraje: belleza en el espacio, belleza en las personas, belleza en las ideas, belleza en los colores, belleza en la ropa, etcétera.


Debemos aclarar con todo, que este largometraje no pretende convertirse en propaganda, ni siquiera apología, del islam, sino que incide en la zona menos contaminada por mezquindades del ser humano. Por tal motivo, no es una película religiosa, sino un filme profundamente humano, donde la limpieza del alma es la máxima aspiración. No hay visiones místicas, aunque a la protagonista, Nadie, interpretada por Zakia Tahri, sí se le aparece el espíritu de antiguo preceptor o, al menos, así lo vive ella, y en algún momento se sugiere la posibilidad de que sea capaz de obrar milagros, pero no hay estigmas ni arrebatos místicos ni ningún otro elemento de lo que compone la parafernalia propia de las películas de propaganda religiosa. Tampoco se demoniza el amor humano y para mayor abundamiento una pieza esencial de la banda sonora de esta cinta es la Pasión según san Mato, de J. S. Bach, uno de los momentos culminantes, a nivel estético y a nivel doctrinal, del cristianismo. Insisto, el objetivo de Farida Benlyazid es este largometraje no es la exégesis de las enseñanzas del Corán, sino aprovechar lo que en el texto de Mahoma pueda servir para la elevación espiritual del alma. Incluso el mantra y la danza de los derviches tienen un rol importante en él.

De ahí que la trama, aunque algo excedida en metraje a mi entender, no sea tal trama, sino que, con gran exquisitez en el fondo en la forma y en el contexto, se limita a un constante intercambio de ideas entre los distintos personajes, es como el teatro de ideas que caracterizó a la obra de Ibsen o al flanco escénico de Unamuno, pues esta película goza también de un alto contenido teatral que permitiría fácilmente su traslado a las tablas. Por eso, si tuviéramos que redactar el argumento de la película de que nos ocupa, apenas necesitaríamos dos o tres líneas, pues el verdadero argumento es la historia interior de cada personaje.



Todo lo cual permite una plasmación de la relación de la mujer con el islam que no tiene nada que ver con los estereotipos que mejor conocemos.

Pero si de mujer y de Marruecos estamos hablando, es necesario mencionar, aunque sea brevemente, la figura de Fátima Mernissi, considerada como una de las principales feministas del mundo musulmán, lo que no siempre le granjeó simpatías y no solo porque los hombres rechazaran las aspiraciones de las mujeres, sino porque hay quien considera que el Corán es ya de por sí suficientemente satisfactorio, pues mantiene los mismos derechos para uno y otro sexo: por ello, siempre según esta corriente de pensamiento, el concepto de feminismo es propio de la mentalidad de los colonizadores europeos. Así lo han expresado la imana danesa Sherin Khankan en su libro La mujer es el futuro del Islam (en el francés original: La femme est l’avenir de l’Islam), que denuncia la instrumentalización por Occidente del feminismo islámico hegemónico, y con mayor contundencia la granadina Sirin Adlbi Sibai, pues la tesis de su libro La cárcel del feminismo es precisamente esa: el feminismo islámico es una redundancia, el islam es igualitario.

Lo que no está mal como punto de partida, sin embargo Pérez Álvarez y Rebollo Ábalos recuerdan que Fátima, en El Harén político. El profeta y las mujeres, «desvela el importante papel de las mujeres del Profeta, al tiempo que hace una reflexión histórica sobre la misoginia en el Islam a través de la manipulación de los exegetas del mensaje coránico»[1].

Por otro lado, Cepedello Boiso considera que la mayor parte de las críticas «achacan a Mernissi su incapacidad para constituir un modelo feminista de pensamiento realmente descolonial, al mantenerse fiel, por un lado, a muchos de los elementos característicos del modelo hegemónico occidental y, por otro, a gran parte de los rasgos más relevantes de la tradición coránica». Sin embargo, señala también este estudioso que esos ataques no han tenido en cuenta «sus numerosos escritos en los que denuncia los elementos negativos que marcan profundamente el desarrollo histórico y la realidad contemporánea, tanto del ámbito occidental como del islámico». Son constantes, por ejemplo, en la obra de Mernissi las denuncias contra el capitalismo global y sus métodos de imposición colonial, así como «las espurias herramientas ideológicas utilizadas por la doctrina ortodoxa islámica para perpetuar estructuras de poder basadas en el sometimiento, la exclusión y la invisibilidad de amplios sectores de las sociedades musulmanas, entre ellos, de manera significativa, el de un colectivo en su totalidad, las mujeres»[2].

Todo lo cual representa un esfuerzo quijotesco de la primera gran cineasta marroquí para dignificar el papel de la mujer y recuperar para ellas el papel que verdaderamente le corresponde en  las sociedades islámicas, pues la cosa va de espiritualidad humana y no del sometimiento de la mujer al hombre, una actitud que provoca urticarias en el alma.

Francisco Javier Rodríguez Barranco



[1] M.ª Ángeles Pérez Álvarez y M.ª José Rebollo Ábalos, «El Islam en la vida de la mujer a través de los tiempos» en Cauriensia, Vol. IV, Universidad de Extremadura, 2009, p. 229.

[2] José Cepedello Boiso, «Fátima Mernissi: un hito esencial en la historia del feminismo islámico» en Revista Internacional de Pensamiento Político – I Época - Vol. 10, Universidad Pablo de Olavide, 2015, p. 182.


EL SIDA EN 'LE FARDEAU'


Pincha aquí para tráiler

Tarifa, 29 de mayo de 2024

 

Considerada oficialmente como un documental, creo que es más apropiado calificarla como ficción documental con personajes reales que se interpretan a sí mismos. Al menos esa fue la impresión que me quedó a mí, pues creo que algunas escenas han recibido un tratamiento argumental para mejor narrar la historia que se pretende contar.

          Le fardeau (2023), de Elvis Sabin Ngaibino, es una cinta de República Centroafricana que aborda un tema tan devastador como el SIDA en África y ha sido incluida en la sección oficial a concurso del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) de este año, es decir, la número 21 del certamen. El título se ha distribuido en francés, quizá porque no ha tenido distribución en España y significa ‘la carga’, lo cual ya nos da una idea de cuál es la orientación social de la película.

         


Desde el punto de vista meramente fílmico hay varias cosas dignas de señalarse, como la ausencia total de banda sonora, aunque sí se dan canciones, que no son un telón de fondo a las escenas, sino los propios cánticos espirituales de los personajes en las celebraciones religiosas que se dan en la pantalla y que no son pocas, puesto que este filme pretende incidir en la vieja dicotomía entre ciencia y religión.

          Asistimos así a las vivencias de un matrimonio seropositivo compuesto por Rodrigue y Reine y sus desesperados esfuerzos por deshacerse de la enfermedad, contraída primero por el marido y lego por la mujer, aunque afortunadamente ninguno de los tres hijos se ha contagiado. Por ello, cuando la ciencia es insuficiente, la pareja recurre a todo tipo de experiencias místicas, incluso a la brujería. Lamentablemente, los milagros no existen, pero si así fuera, no existirían para África. Eso es lo que afirma una ley no escrita en la Tierra, de innegable precisión. Si las sociedades del así denominado Primer Mundo no han conseguido erradicar tan despreciable lacra después de medio siglo de convivencia con el SIDA, ya pueden ustedes imaginarse cómo es la situación en los países en vía de desarrollo, sobre todo en África, donde, según las investigaciones científicas empezó todo.

          Otro aspecto interesante es que la película se sitúa en medio de la historia. Tan solo se dice, aunque muy de pasada, que primero se contagió él y luego ella, pero, en realidad el objetivo de esta película no es trazar la historia clínica de esta pareja, sino situar la acción en un determinado punto en que ambos padecen el virus y cómo es su día a día para superar el mal, la carga. Tampoco se llega a un desenlace, sobre todo porque Rodrigue y Reine, que son primos del director, están todavía en este mundo. Queda eso a la imaginación del lector, aunque no hace falta ser demasiado perspicaz para inferir cómo acabará todo en una sociedad donde ya la mera existencia es un milagro, incluso sin enfermedades.

Lo que interesa, pues a Elvis Sabin Ngaibino es el punto en que sus familiares se hallan, intentando que no se olvide una tragedia en nuestro continente vecino, que ha perdido actualidad opacada por todos los demás males que se ciernen sobre África, pero sigue plenamente vigente. Durante los últimos años nos han estremecido otros males, como el ELA o el COVID, e incluso en los países desarrollados se han conseguido retrovirales que han convertido el SIDA, hasta donde yo sé, de enfermedad mortal en crónica, pero la situación no ha mejorado en exceso entre la población africana, donde sigue siendo el pan nuestro de cada día. Al menos, nadie en su sano juicio podrá culpar a África de haber sido el origen del COVID.



Cabe señalar también que la película evita el tono altisonante de las escenas desgarradas, incluso vemos a los hijos de la pareja comportarse como niños, y ello es así porque la técnica fílmica apuesta por el minimalismo: pequeñas pinceladas para que el espectador comprenda el drama, pero sin deshacerse en lamentos. Así, por ejemplo, vemos a Reine aplicando una pomada a las pantorrillas de su marido y ese detalle ínfimo sirve para que, sentaditos en nuestras butacas, comprendamos que la enfermedad se está extendiendo por el aparato locomotor del hombre, lo que se confirma pocas escenas más adelante cuando le vemos en silla de ruedas.

Tampoco pretende victimizar a nadie ni deshacerse en denuestos contra el mundo occidental que podría hacer mucho más de lo que hace para, al menos, aliviar la situación, pero se queda quitecito. No se trata de buscar culpables ni de acusar a nadie de nada, sino simplemente mostrar las cosas tal y como son y la desesperación que lleva a este matrimonio a buscar algún remedio en la religión. Se sugiere, por ejemplo, eso sí la injusticia social de que Reine no pueda ejercer de pastora espiritual, porque tiene el SIDA, pero sobre todo poque es mujer, mas no hay juicios de valor.

Ni se observa un rechazo social hacia los enfermos, puesto que estos participan con total normalidad, hasta donde les permiten sus fuerzas, en las actividades de la comunidad.

El anhelo de Elvis Sabin Ngaibino es, insisto, dar visibilidad a un drama que no por viejo (cincuenta años de SIDA es una cifra son obscena, sobre todo si la comparamos con los menos de cuatro que ha durado la pandemia por coronavirus) es menos actual.

En cuanto al estado de la cuestión en nuestros días, según cifras oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se calcula que, a nivel planetario, están infectadas por el VIH o viven con el virus 33,3 millones de personas, de las cuales 22,5 millones se encuentran en el África Subsahariana. Por si eso fuera poco, se estima que de los 2,5 millones de niños de todo el mundo que viven con el VIH, 2,3 millones habitan en el África Subsahariana. Creo que esos simples datos son ya de por sí los suficientemente elocuentes. Y si queremos profundizar mínimamente en el drama, también según los datos de la OMS,  los niños huérfanos son separados de la escuela o no se les matricula debido a las limitaciones financieras de las familias afectadas, y tienen que asumir responsabilidades de cabeza de familia o proveedor del hogar, que es el futuro que aguarda a los hijos de Rodrigue y Reine.

 

Francisco Javier Rodríguez Barranco

LA INTIMIDAD DEL HORROR EN 'THE BRIDE'

 



Pulsa aquí para tráiler

                                                                                              

Dentro de la sección Hipermetropía, que es la oficial a concurso del Festival de Cine Africano de Tarifa-Tánger (FCAT) se ha incluido el filme ruandés The Bride (2023), de Myriam Uwiragiye Birara, que también ha participado en la Berlinale y en el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.

 


         La historia se ambienta en algún lugar del norte de Ruanda en 1997, es decir, con el genocidio aún muy cercano, en una zona donde los tutsis fueron masacrados y se centra en una joven de quien debemos suponer que acaba de finalizar la enseñanza secundaria, pues está esperando ser aceptada en la Universidad Nacional para estudiar Medicina. Se trata, por lo tanto, de una adolescente con todo un mundo de ilusiones por delante y durante el transcurso de la cinta sabemos que pasó la guerra en una familia de acogida en Zaire, que todavía era Zaire, pues cambió el nombre a República Democrática del Congo el 17 de mayo de 1997.

          Las primeras escenas son casi adánicas en una ambiente de naturaleza exuberante, donde la adolescente juega a ponerse flores blancas en el pelo, como de la novia en una boda se tratara, pero es violada y, por si eso no fuera ya de por sí un trauma lo suficientemente desgarrador, resulta que en numerosos países africanos existe una ley no escrita según la cual la joven ultrajada  debe casarse con el agresor, por lo que todo su mundo se desmorona, dado que ya no podrá ir a la universidad y tendrá que resignarse a una vida de esclavitud de facto en un ambiente rural, prácticamente en aislamiento, pues la casa está sola en la montaña y goza de un nivel estándar en cuanto a la comodidad del mobiliario.

          Así las cosas, hay varios flancos desde los que podemos acercarnos a este filme y el primero de ellos, si nos fijamos en el equipo actoral es que la actriz que hace de prima del violador, Aline Amike, sí tiene experiencia previa en el cine, pues ha protagonizado otras dos películas ruandesas: Father’s Day (2022), de Kivu Ruhorahoza, y Twin Lake Haven (2022), de Philbert Aimé Mbabazi Sharangabo. No así el resto del reparto, para quienes The Bride es su primer largometraje, lo cual confirma la tendencia del cine africano de elegir actores y actrices tomados de la calle para enfatizar la sensación de realidad que persiguen.

          Una sensación de realidad que se aborda también desde el propio aspecto físico de las mujeres, jóvenes y maduras, que intervienen en esta cinta, pues físicamente no se aproximan al canon comercial de belleza, sino que se trata de personas normales como le sucede al 99,99% de las mujeres en el mundo: solo un 0,01%, más o menos, son top models o poseen unos atributos físicos deslumbrantes.


          
Otra característica de la cinta de Myriam Uwiragiye Birara es que la presencia de los hombres en escena es poco más que testimonial. A pesar de ser los verdugos de la historia, su peso en el largometraje es casi un cameo y normalmente quedan desenfocados en escena. Es obvio que la directora se ha concentrado en las emociones femeninas, lo que encaja bastante bien con el tema central de esta edición del FCAT, que son los afrofeminismos y en este caso en concreto dentro de un contexto donde los hombres, los pocos hombres que han sobrevivido a una de las guerras más crueles de las últimas décadas, luchan por desembarazarse del shock postraumático mediante acciones totalmente irracionales, que no les justifica, pero la realizadora tampoco pretende establecer juicios de valores, sino mostrar las cosas tal como fueron. Así, Silas que es el violador y futuro marido de la adolescente lo que ansía es que esta le dé hijos varones para recomponer la familia desaparecida. De hecho, ya ha pensado bautizarlos como a sus hermanos.


          Podemos también valorar la inexistencia de una banda sonora ni siquiera una canción de fondo, sino tan solo el canto insistente de los pájaros. De esta manera se refuerza la sensación de realidad, puesto que, siendo una ficción las escenas, sin que haya cambios importantes de cámara en los encuadres, parecen grabaciones directas de una persona que estuviera en ese momento asistiendo a lo que ocurre en escena. No es una docuficción ni siquiera una ficción documental, sino una ficción, ficción, como digo, pero con una técnica que emula a un vídeo casero de la vida en un lugar remoto de un continente tan próximo como distante de Europa.

          En ese contexto las fotografías que miran los personajes adquieren particular protagonismo, pues es como si se trataran de instantes de vida detenidos. De hecho, las protagonistas, es decir, la joven y la prima de Silas, se fotografían entre sí y esta conserva los retratos familiares en un altar al que le pone flores, pues considera que mientras existan esas imágenes, sus padres, hermanos, etcétera, no se habrán extinguido del todo.



          Con todo, lo que me parece más significativo de esta película es que la directora consigue transmitir al espectador todo el horror de una situación espantosa, pero no ha necesitado para ello de escenas escabrosas ni recrearse en la sangre: la única sangre de la que tenemos noticia es la que, de vez en cuando, le sale a la prima de Silas por la nariz a causa de una migraña recurrente. No vemos la escena de la violación, sino tan solo a unos jóvenes que se alejan arrastrando a la adolescente contra su voluntad, buscando un lugar apartado, y ya podemos imaginar lo que eso significa. No vemos ni una sola acción de guerra ni un solo arma, pero de las conversaciones entre las dos jóvenes podemos inferir la atrocidad de todo aquello, cuando las familias eran asesinadas delante de los otros miembros. Es la intimidad del horror lo que Myriam Uwiragiye Birara ha querido plasmar en su filme y es la intimidad del horror lo que esta directora consigue que veamos en The Bride. Hay un momento, por ejemplo, en que están junto a una corriente fluvial y la prima de Silas le cuenta a la adolescente violada que ese río se tiñó de rojo, pero lo que vemos en la pantalla son las aguas fluyendo con naturalidad. Intimidad del dolor, como si se hubiera incorporado ya al ADN de los personajes.



          Es el momento ya de desvelar el nombre de la joven violada: Eva, el de la primera mujer según la Biblia en una región del mundo donde se supone que moraron los australopitecos, es decir, los primeros homínidos conocidos. Y es que “No comprendo a Dios” afirma la prima de Silas, algo en lo que Eva está completamente de acuerdo. Un dios que tan injustamente ha expulsado a Eva del paraíso, porque la tragedia de esta mujer es la tragedia de todas las mujeres.

 

Francisco Javier Rodríguez Barranco